NO SOY HAROLD BLOOM

Escribir una primera novela y El ruido que nos separa. 


Escribir una primera novela cuesta. Es un proceso doloroso lleno de dudas y obstáculos, y como todo en la vida hay dos maneras de afrontarlo: una, la manera fácil, otra, la manera difícil. 

Los pasos a seguir de la primera son sencillos, sólo tienes que mirar a tu alrededor y preguntarte: ¿qué le gusta a la mayoría, qué consume el lector casual, qué novelas son las más vendidas? A partir de las respuestas, el siguiente paso es copiar la moda: un cadaver hallado en circunstancias grotescas, el secuestro de una niña pequeña, una detective fracasada que se empeña en resolver el caso de su vida, capítulos cortos para que el lector no se canse y pueda consultar su móvil de vez en cuando, secretos, misterios absurdos, tampoco hace falta seguir las leyes de Newton, y después de todo esto, aunque no hayas leído un libro en tu vida, tendrás éxito. 

Desde luego que escribir sobre Herman Menville es un terrible error, ahí está lo más visto en Netflix para corroborarlo. 

El segundo camino es más tortuoso, también hay que hacerse preguntas, pero son preguntas que no le interesan a nadie: ¿qué está pasando a mi alrededor, hay inmigración, pobreza, corrupción, suicidios, mala educación, veneno, carteles de peligro, dragones en los mapas? Para dar respuestas, el escritor primerizo leerá, leerá mucho, y a partir de sus lecturas se sentirá atraído a escribir algo que pueda revertir la sensación que dejan las malas decisiones, o al menos arrojar algo de luz, apartar la niebla, construir un escudo de mimbre para que alguien pueda defenderse de los silencios que forjan la falta de cultura. 
El libro que salga del primer camino entretendrá a la gente, el libro que salga del segundo camino intentará cambiar al lector, intentará hacerle pensar. Uno tendrá éxito, el otro no. 

En esas estaba mientras leía la novela de Pedro Aranda, El ruido que nos separa, un escritor con el que comparto editorial y algún gusto literario del que aún no hemos hablado. La novela mezcla ambos caminos; del empedrado destacaría la manera en la que trata al lector: huyendo de paternalismos, como si el destinatario fuera alguien inteligente y no un lelo al que hay que explicarle las normas del juego cada tres páginas. Está plagada de personajes y detalles que te obligan a estar atento, a no bajar la guardia. Más de una vez he tenido que volver sobre lo leído para buscar una fecha, un nombre, un gesto que se me había escapado y que lo cambiaba todo. 

Hay boxeo, asesinatos, fracaso, infidelidades y mucho Pulp Fiction, así que a mí me tiene. 
Matices y aromas del camino fácil haberlos haylos, pero, ¿a qué torero no le gusta agradar en su primera faena con público, o qué escritor pone a navegar una historia sin remo ni timón? ¿Para llegar a buena orilla ha de servirse de la cultura pop? Adelante. Además, tengo entendido que le han sido de gran utilidad las herramientas de flotación. 

Desde aquí todo mi apoyo al artista que no me tome por tonto. Desde aquí todo mi apoyo a Pedro Aranda, valoro el esfuerzo porque sé lo que cuesta escribir una primera novela. 
  
      Marcos H. Herrero.



El último del año. El mejor del año. 






Con una sensibilidad hiriente, Maggie O’Farrell ha subido a uno de los altares que tengo reservados para grandes escritores. Cuesta, no sé, 3-4 páginas digamos, saber si un libro es bueno, y este sin duda lo es. Toca con mano de madre la figura brumosa de Shakespeare a través de su amada, Agnes, una mujer atenta, mágica, con alma de hechizera, que tiene una cernícala como mascota y se enamora de un preceptor de latín. Tres hijos nacen del matrimonio, uno de los cuales será la causa de la escritura de una obra maestra. 
Hamnet es un libro sobre la pérdida, sobre el modo de vivir antiguo, sobre la mujer, sobre las mujeres, pero sobre todo, es una forma de meterte en la mente de un escritor. Mientras lo leía me acordaba de mi pueblo, de mi tía, los olores olvidados y fuertes de su cocina. Las maneras de la gente del campo, sus supersticiones y remedios. 
Desde este precipicio en el que nadie me oye, insto a leer Hamnet, más, muchísimo más, incluso, que Émulos y fantasmas. 
Al acabarlo he pensado en Cervantes. En porqué ningún escritor de cierto fuste hace algo parecido con cualquier episodio de su vida. Parece como si Shakespeare, aparte de riqueza, prestigio y respeto, tuviera hasta el talento de otros escritores. 


   Marcos H. Herrero.



Una novela rusa.




Uno quiere ser escritor para poder escribir un libro como este. 

Hay libros que me colman, me inspiran, y me hacen sentir una envidia corrosiva hacia al autor que los ha escrito. Libros reflexivos, edificantes, abiertos, inteligentes, lúcidos, llenos de buenas historias. Casi todo lo que leo de Emmanuel Carrere es así: pasión y alta Literatura. Una novela rusa comienza con la historia de András Toma, un soldado húngaro de la Segunda Guerra Mundial que queda atrapado en Rusia, sin ni siquiera saber hablar ruso, y que un día, 40 años después, lo llevan de vuelta a Hungría, convirtiéndose así en el último repatriado de la Segunda Guerra Mundial. Carrére, como siempre, es muy exhaustivo en los detalles, añadiendo hasta el diario donde los psiquiatras rusos escriben la evolución del enfermo, que por cierto, es realmente espeluznante. András pierde los dientes, una pierna, la dignidad, cada cosa de una manera peor que la anterior, es la caída de un hombre que se niega a vivir. Entretanto el escritor ahonda en los vaivenes de su vida, la relación con su pareja, con sus hijos, cómo todo se ve afectado por sus viajes a Rusia, por su egocentrismo. También mantiene un diálogo con su madre sin que ella lo sepa, Carrére utiliza el libro como medio de comunicación con ella, y eso, tal vez, sea lo mejor del libro. 
No me ha gustado el intento de orgía en un tren a través de un artículo de periódico, las palabras con las que lo describe son poco refinadas para mi gusto. Tampoco me encaja tanta demolición, tanta pelea, llega a ser cansino y desconecta al lector del libro. Todo ello es compensado cuando estando en Rusia ocurre uno de los crímenes más descabellados que yo jamás he leído. 
Recomiendo leer el artículo del mismo tema y del mismo autor, En busca del húngaro perdido. Es un buen comienzo para quien esté interesado y tenga dudas de comprar el libro (porque los libros hay que comprarlos, sobre todo Émulos y Fantasmas).
Lo dicho, uno sueña con escribir Una novela rusa. En esta época en la que todo son crímenes manidos de Javier Castillo, leer un libro así merece la pena. 

    Marcos H. Herrero.





Montaigne y el ego del escritor. 



De ordinario, todos los escritores tienen un ego terrible. Una vez, le preguntaron a Ray Loriga que si esperaba tener el éxito que tiene, y él respondió que no, que esperaba tener más. Le concedo toda la razón, uno no se pone a escribir pensando en llegar al vecino de tu vecino, sino en ediciones de dos números, premios, galardones. Esta teoría es aplicable a casi todas las artes, queremos ganar el Nobel, no que nuestra editorial nos informe de malas ventas. Sin embargo, a veces uno se sorprende. Al abrir los Ensayos de Montaigne, encontramos algo insólito. 

“Este es un libro de buena fe, lector. Desde el comienzo te advertirá que con él no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas alcanzan al logro de tal designio. Lo consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que, cuando yo muera (lo que acontecerá pronto), puedan encontrar en él rasgos de mi condición y humor. Si mi objetivo hubiera sido el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no, quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque soy yo mismo a quien pinto…
… Así lector, yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues.”

Con esto bastaría, una declaración magnífica, que incluso te quita las ganas de pasar la página. Pero mi soberbia me pide ir más allá. En este prólogo encontramos a un autor cansado, humilde y pudiente, sí, nadie escribe esas palabras sin tener dinero. Montaigne fue el primer hombre que se retiró a su castillo para escribir, quería conocerse y explicar, sin mucha vanidad, todo lo que aprendió en la vida. En los Ensayos viven relatos que ejemplifican la justicia, el honor, la lealtad, o la cobardía. Montaigne se apoya en los primeros filósofos, y habla de los hombres y mujeres ilustres y destacados que en vida conoció, aportando paralelismo y sabiduría a preguntas sobre el envejecimiento, la imaginación, los caníbales, la embriaguez, la muerte, la defensa de una plaza o la semejanza entre padres e hijos. Estas disquisiciones son válidas para la vida de ahora, están vigentes, tanto que aquí recomiendo este libro, imprescindible para quien le guste pensar (acto infravalorado que comienza cuando se apagan las pantallas), y añado una manera de leerlo: al ser un libro fragmentado, usted puede leer un capítulo, despacito, sin que haga falta leer el siguiente, no tienen relación, y así no ha de cansarse el lector. Lo que sí debemos hacer es leer de vez en cuando el escaso ego de Montaigne, es necesario para el ser humano. 
    
     Marcos H. Herrero

PD: Yo también refreno mi ego de escritor, he acabado la entrada sin hablaros de Émulos y Fantasmas.







M.

Puesto que la vida del esteta es finita, Harold Bloom fabricó el canon occidental con un único objetivo: ahorrarnos Tiempo a los lectores. Eso ocurrió en 1994, desde entonces hay una cosa que ha proliferado: los malos libros (más pronto que tarde publicaré el mío, sumándolo a este bendito grupo). Para evitarlos subiré reseñas al blog de los que creo que merecen la pena dedicarles ese Tiempo que tanto nos hace falta. Si consigo que alguien se acerque mínimamente a un libro habré cumplido mi objetivo, porque yo no soy Harold Bloom.

 Empecemos con algo facilito, 819 páginas sobre fascismo.

 Hay dos personajes fundamentales en este libro: Gabriele D’Annunzio y Benito Mussolini. El primero es considerado el germen del fascismo, al que se le ocurrió la idea, el segundo fue el que tiró del hilo de esa madeja encolerizada. Me interesa más D’Annunzio porque fue un héroe de guerra, porque sobrevoló Viena en 1918 para llenar el cielo con panfletos escritos por él, que instaban a los austriacos a rendirse, porque conquistó Fiume con una legión de tarados, pero sobre todo, porque era poeta. José Asunción Silva, el mayor poeta colombiano de todos los tiempos, tenía en la mesilla El triunfo de la muerte, de D’Annunzio, cuando lo encontraron con una bala en el corazón. Fiume era una ciudad croata que el guerrero-poeta hizo suya sin resistencia, dicen que ahí, en una constante fiesta romántica y carnal (con un hospital sólo para curar enfermedades venéreas) nació el fascismo. M. El hijo del siglo relata con crudeza el nacimiento y la niñez de un movimiento político que sacudiría Italia con una violencia primigenia desde 1920 hasta el Bella Ciao. El principio del libro es la parte más fundamental, Mussolini, que acaba de abandonar el partido socialista, es despreciado por la sociedad después de haber luchado en la gran guerra. Camina por los bajos fondos de Milán, entre putas y soldados mutilados que defendieron Italia del enemigo, ociosos, violentos, despreciados, sedientos aún de sangre, vencedores de una guerra que parecen haber perdido. Le preguntaron al autor sobre el actual fascismo y dijo que no había que preocuparse, que ahora no son hombres desgraciados con hedor de trinchera y medallas al valor, sino personas absurdas que comen cinco veces al día y abominan una violencia tan radical. Mussolini escribe en Il Popolo d’Italia, periódico fundado por él después de ser el director de Avanti, periódico socialista, artículos en los que va insertando el germen fascista en la sociedad. Sus primeros años en política son un fracaso sin paliativos, Mussolini se esconde en la sede de su periódico, el odio contamina el aire, nadie quiere a los fascistas, los consideran violentos, primitivos, incultos, fuera de lugar. Intentan encerrar a una bestia en una jaula sin candado. Poco a poco la violencia va conquistando los pueblos del norte de Italia, D’Annunzio es expulsado de Fiume, se crean escuadras implacables de fascistas que arrasan los pequeños sindicatos del campo, el gobierno socialista entra en barrena, hay huelgas, caos, insubordinación. Meses de disparos a quemarropa y torturas que acaban en la marcha sobre Roma, aupando en el poder a aquel al que hace un año el pueblo repudiaba y ahora cree necesitar. Entre tanto salvajismo me han conmovido las cartas que se escriben Giacomo Matteoti, líder antifascista, perseguido y amenazado, y su mujer Velia, hombres y mujeres con convicciones políticas, que lo dejan todo por hacer un mundo mejor. También las cartas que escribe Margherita Sarfatti a su amante Mussolini, quien instruye en lo cultural y abre las puertas de la alta sociedad italiana al hijo analfabeto de un herrero. Me ha sorprendido la juventud de los políticos, su disciplina, su personalidad y su laxa convicción, así como lo mucho que se parecen las promesas electorales de Mussolini a las de muchos políticos actuales. Pero sobre todo, he sentido envidia, detrás de la bandera tricolor italiana hay héroes, no todos buenos, hay una Historia que la sostiene. Ojalá en España tuviéramos un profesor universitario que relatara los años oscuros con el rigor, la prosa y la documentación que lo hace Antonio Scurati. En su último tramo se enreda demasiado en temas de política italiana, quizá son demasiados nombres, lo que lastra la narración, eso y que hoy en día puede asustar un libro de 819 páginas a un lector casual, sin embargo, quien entre en él recibirá una monumental lección de Historia.
       
        Marcos H. Herrero.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al arte que me ha dado tanto.

Tormenta de mayo.

ESCRIBIR UNA PRIMERA NOVELA Y EL RUIDO QUE NOS SEPARA.