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Mostrando entradas de abril, 2015

Acto de rebeldía.

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Los libros me salvaron la vida tantas veces, a través de ellos aprendí a ser paciente y menos soberbio, a tener más calma. Me llevaron a lugares donde nunca he estado, donde nunca estaré. Con Ventanas de Manhattan paseé por un Nueva York apodíctico. Con El fuego secreto me emborraché en un bar de Medellín llamado Miami, bailando al ritmo de un traganíquel ruinoso y compartiendo vaso con maricones, Papas, marihuanos, militares, políticos. Esquivé balas soviéticas en las trincheras de Leningrado, con la olvidada División Azul; Me hallará la muerte , así como balas nazis en Stalingrado; Vida y destino . Vi monstruos en los jardines de Bomarzo acompañado por Pier Francesco Orsini, un enano jorobado e inteligentísimo, antecesor de otro contrahecho que sale por la tele (Tyrion Lannister no le llega ni a la suela del borceguí a Francesco Orsini.). La casa de hojas me aterrorizó. Descubrí quien permanece en pie sobre un golpe de estado en Anatomía de un instante . Calenté

¿Por qué vale la pena vivir?

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        Bébase despacio.  "¿Por qué vale la pena vivir? Esa es una buena pregunta. Bueno, hay ciertas cosas que creo que hacen que valga la pena, ¿cómo cuales? Pues por mi parte yo podría decir ..."               Woody Allen. Manhattan.  Por la prosa de Vallejo.  Por mi mano delincuente.  Porque morirse de viejo debe ser algo conveniente.  Don Giovanni, Rigoletto, Sibilas de Capilla Sixtina.  Amor Montesco y Capuleto derramando cerveza en la cantina.  Por Notre Dame y Cuasimodo, por el indeleble mercadillo donde subasté de todo menos esta letra de bolsillo. El olor a café y a tierra mojada, larga espera en el andén.  Una biblioteca y tu mirada que me retiene al este del edén.  Por las camas de los hoteles que nos quedan por romper.  por la revolución con claveles, por Frank Underwood alias Lucifer.  Nighthawks, De purísima y oro, La muerte de los artistas. Las voces de Los chicos del coro, Chian

Animales y animales. Tres cuentitos.

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  1. Hay una rotonda en mi ciudad, olvidada, arrabalera, triste, a la que acude puntual una menesterosa señora para dar de comer a unos gatos mojados. Viste ropas agujereadas, el pelo gris, revuelto, y sus movimientos son lentos. Lleva un carrito, como de ricachona que sale de supermercado, pero mucho más decrépito, en él guarda agua y sustento para gatos. No sé cómo se llama, nunca me he parado a hablar con ella, mi timidez no me lo permite, cuando paso por allí sonrío, además este es mi homenaje: unas palabras en un blog perdido que no leerá casi nadie, como sus gatitos; porque esa señora de recóndito nombre ha hecho más por el mundo que Obama, Rajoy y Merkel juntos. Y no me comparen la bondad de un gato abandonado, que no sabe de envidia, de celos, de mentiras, de odio, con la iniquidad de esos animales bípedos, poco más que pitecántropos, que se las dan de especie dominante, con su vileza y depravación, con su rencor y desprecio, con su encono y sus fruslerías. Y para muestr