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Mostrando entradas de septiembre, 2015

El que piensa pierde.

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                  Para Arturo Pérez-Reverte,  perdonen el atrevimiento.  Belén Esteban, pequeño Nicolás, Gran Hermano, el toro de la Vega, Paquirrín, clichés, morritos, postureo, ignorancia. BASTA. Ya estoy harto, ¿qué coño está pasando en este país? En serio. Nos estamos generalizando y no hay poesía. "Un vaso es un vaso y un plato es un plato." ¡No me jodas! ¿Soy el único que se muere de vergüenza cada vez que habla el presidente del gobierno? ¿Es posible que en España, después de un gobernante desastroso, voten a otro peor? Ni quiero, ni debería estar escribiendo sobre esto, pero ya no aguanto, la política es boba, corrupta, demagoga, siempre las mismas caras, los mismos eufemismos, las mismas patrañas, el telediario lo llenan personajes taimados, independentistas, no independentistas, coletas venidas a menos, banderas, debates maleducados, dinosaurios imbéciles que no saben ni la nacionalidad de una persona que ha nacido en España, políticos que por un v

Sobriedad.

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Llevo un tiempito caminando recto por la acera. Todo lo veo más claro; derrota, abismo, melancolía, mis ojos no se entornan, y ya estoy harto. La responsabilidad se acumula en los hombros, no me trabo al hablar; es difícil encontrar belleza o sorpresa en estado sobrio. El mundo es menos divertido a ras de suelo, sin un trago que me haga levitar el dolor duele más. Serias conversaciones, negro porvenir, y ni una resaca que informe de que estoy vivo. Risas y humo en la puerta de los bares. Locuras encerradas en una botella. Pero eso se acabó, esta noche saldré a beber, necesito un trago, necesito respirar el humo de la terquedad, volver a casa tropezado y pelearme, entre risas, con el cerrojo de mi puerta.  EL ALCOHOL QUE PRIVÉ.   Para Bukowski, con toda mi borrachera.  Otra cervecita, tenga la bondad, aún no estoy muy borrachín, y diciendo la verdad, mi ebriedad provoca más que tu carmín.  Póngame un chupito de tequila ¡Viva México y la mezcolanza!

Equinoccio.

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En muchos lugares encontré al amor. En el asiento de atrás de un coche, cuando éramos niños y buscábamos rincones oscuros donde creernos aprendices de Afrodita. En las apergaminadas manos de mi abuelo, que acarician el brillo de una foto antigua. En la poesía que trae escalofríos. En los libros que huelen a polvo, a vino, a veneno. En el humo del tabaco caduco allá por las cinco de la mañana. En las olas nocturnas de un mar apagado, viendo luces de barcos lejanos. En echar de menos a ese chico rebelde, irresponsable y repeinado que un día fui. En el barullo de una escalera romana, y en las calles abuhardilladas de un París lleno de frío. En un bofetón que merecí. En nuestra sombra sobre la cocina. En mis gatas, que ahora mismo persiguen lágrimas de lluvia en el cristal. Porque el equinoccio espera detrás de las cortinas y el campo está a punto de cambiar, las noches se hacen igual de extensas que los días, y el frío y la humedad asoman por la claraboya, haciendo desempo