Gatos callejeros.
Carla Jean. Entre la luz blanquecina de Vermeer se pasea una gata sin dueño. Delgada, silenciosa, cazadora, otoñal. Vive con sus tres niños en un barco varado, cerca de Leidseplein. Tiempo ha el marido marchó con una pelandrusca que exhibía por horas sus encantos en un escaparate rojizo; dejando a Carla Jean, así se llama, sola en el frío de una noche norteña. A ella no parece importarle, esquiva viandantes y bicicletas veloces, sonriente, atenta en echarle la zarpa al cuello de uno de esos cisnes altaneros que flotan en los canales. En cuanto un pato revolotea ya está ella mostrando colmillo. Generalmente los patos nadan despreocupados, sabedores de que el agua gélida les protege, incluso sacan lengua al paso de Carla Jean, pero cuando alguno se confía y toma tierra para sacudirse el plumaje, zas, vuelan plumas alrededor y los hijos de Carla pueden echarse algo a la boca. La conocí una noche de sábado en la puerta de uno de esos pubs irlandeses atestados de borrachos, f