El diablo.
Es un cura que abusa impune de un niño, el político que engaña a sus electores. Es una pobre ricachona con armiño, la polla inmunda e infecta de los violadores. No es una niña que se sube por las paredes insultando a la madre del exorcista pedante, ni la que se masturba, crucifijo mediante, mientras vomita verde encima de los deberes. Quemó mujeres con excusas de brujas, sedujo almas nobles para su franquicia, cornudo compinche de un reloj sin agujas, estrepitoso silencio frente a la injusticia Es una cruz de oro y unos testamentos frente a un presidente que jura el cargo. Es el himen encerrado en los conventos endureciéndose cada día en su letargo. No es el exiliado que lanza un escupitajo sobre las manos apergaminadas de un abuelo. No vive castigando almas dos pisos más abajo, porque el infierno está en ti y no en el subsuelo. Últimamente lo vieron por América sentado displicente en el despacho oval, con pelo oxi