ADIOS VERANO.
Antes de la llegada del verano, allá por mayo y durante muchos años, siempre me prometo que este será el verano de mi vida, que descansaré y me iré de vacaciones, que comeré bien, que dedicaré tiempo para mí. Luego la cosa se complica. Desde los veranos de mi no tan despreocupada niñez, creo que no tengo un verano realmente feliz, siempre ocurre algo, no sé, he de trabajar más de la cuenta, problemas familiares, apuros económicos, un bache, una zancadilla, en fin, lo de todos los años. Y lo digo ahora que se acaba uno de los veranos más importantes de mi vida, quejarme sería un sacrilegio. Pero me retrotraigo a los veranos que pasé en el pueblo, lejos de todo y de todos, en los que mi única preocupación era mantener firme el manillar de mi bicicleta para no chocar y rasparme las rodillas. Si la falda de una niña me despistaba y caía de mi bicicleta, siempre estabas tú para curarme las heridas. Ahora, lo que tengo que mantener firme es el timón de mi vida, las caídas duelen más y tú