ADIOS VERANO.

 



Antes de la llegada del verano, allá por mayo y durante muchos años, siempre me prometo que este será el verano de mi vida, que descansaré y me iré de vacaciones, que comeré bien, que dedicaré tiempo para mí. 


Luego la cosa se complica. 


Desde los veranos de mi no tan despreocupada niñez, creo que no tengo un verano realmente feliz, siempre ocurre algo, no sé, he de trabajar más de la cuenta, problemas familiares, apuros económicos, un bache, una zancadilla, en fin, lo de todos los años.


Y lo digo ahora que se acaba uno de los veranos más importantes de mi vida, quejarme sería un sacrilegio. Pero me retrotraigo a los veranos que pasé en el pueblo, lejos de todo y de todos, en los que mi única preocupación era mantener firme el manillar de mi bicicleta para no chocar y rasparme las rodillas. Si la falda de una niña me despistaba y caía de mi bicicleta, siempre estabas tú para curarme las heridas. Ahora, lo que tengo que mantener firme es el timón de mi vida, las caídas duelen más y tú no estás para curarme. 


El sol parecía que no se iba a despegar nunca del cielo, cuando lo hacía, dejaba paso a unas noches dulces y calurosas, de silla al fresco y conversación banal, de calma y de no vuelvas muy tarde a casa. La luz del salón siempre estaba encendida, podía verla mientras subía la calle, en esa luz minúscula y acogedora estabas tú, esperándome. 


El polvo se acumulaba en los pupitres, en mis cuadernos llenos de malas notas. Aún no existían palabras como urgente o despertador. Tampoco existía el tiempo, esa mafia inclemente de relojes y prisa, ni el dinero, porque siempre aparecía alguien con una moneda para echar al futbolín. Todo era quietud, nada importaba. 


Había menos peligros, quizá yo no fuera consciente de lo que era peligroso y lo que no, lo que sí sé es que salíamos hasta tarde y nunca pasaba nada. Podíamos jugar con fuego sin quemarnos, mirar con inocencia al precipicio desde la caseta de un árbol. 


En mi recuerdo, el peligro era la sombra de un hombre lejano, la sombra del hombre en el que me he convertido. 


  Marcos H. Herrero.

Comentarios

  1. Al final las pequeñeces son las que marcan nuestra vida y las que solo echamos en falta cuando nos volvemos personas adultas,agobiadas,con el tiempo siempre pegado a nuestro culo.

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