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Mostrando entradas de abril, 2014

Libros.

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Aunque amaneció nublado podíamos dar un paseo, no me digas que no, es fiesta, está todo hecho y tal día como hoy murieron Shakespeare y Cervantes, los libros salen a la calle. Vístete, nos esperan en los soportales de la plaza Mayor, así que no te preocupes por la lluvia. Hablaremos de escritores locos y de ciudades que no hemos visitado, me emocionaré al contarte como un literato quiso entrar en el despacho oval con su capa del revés, iremos al pasado para traernos de vuelta versos ambarinos, historias mojadas, compraré algunos libros y escaparemos del viento mientras vamos de un lado para otro. Ya de vuelta en casa podríamos oler las páginas, colocar los libros en la estantería, podríamos secarnos. Acepta el guiño, coge mi mano, te prometo que la pasaremos bien.  Antonio Gala y su Manuscrito carmesí , la revista Pangea no vale un penique, Los enamoramientos visten un organdí que cae a la letra de Bryce Echenique.  Los heraldos negros del otro Valle

¿Qué quieres ser de mayor?

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"Se escribe por la imposibilidad de matar o de matarse."      E. M. Cioran.  El otro día leía ensimismado en el sofá un libro sobre crímenes imperfectos, Benjamín Black. Mi abuelo pasó al lado, farfullaba algo sobre las pensiones, ya saben como es la gente mayor, y su perfume me recordó a una mañana de mi infancia que llegué tarde al colegio. No pude leer más.  - Y tú Marcos ¿qué quieres ser de mayor? - El profesor ya le había hecho la misma pregunta a todos los niños de la clase, sólo faltaba yo, había llegado el último. Hubo respuestas de todos los colores: policía, bombero, médico, astronauta, actor, profesor, e incluso algunos, mis amigos, nosotros, los de la escala social más baja, los que aunque soñar sea gratis preferimos optar por sueños de semisótano, habían dicho albañil o camarero, lo cual provocaba una risa sardónica en el jefe de estudios, encantado de saber que en el futuro seguirían existiendo camareros que dispensaran Gin-tonic, y aguantaran sus

Verde en el pantalón.

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Camino por la calle con mi habitual urgencia, prisas innecesarias que llevan a ningún lado, mirando mis tenis azules, con la cabeza puesta en versos y rimas, o en problemas tan inevitables como la rapidez con la que me desplazo. Alzo la vista para ver los edificios, parece increíble que detrás de esas infinitas ventanas existan vidas ajenas, personajes rutinarios, hogares cada uno ornamentado de una manera distinta. Hasta los balcones intentan parecer disímiles, algunos tienen flores que los embellecen, otros están descuidados y sólo los limpia la lluvia y el viento, tapados otros, con galerías acristaladas que destacan en el edificio y son estupendas para leer en los días de verano, otros sujetan las bicicletas de sus habitantes deportista. Si paseo por el extrarradio veré ropa tendida en los balcones, aunque cuando más me gusta admirar los edificios es de noche, a la hora en que las ambulancias respetan el silencio con sus luces, sin encender la sirena, y las ventanas s

No fueron tantas.

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Hubo tantas que se creyeron princesas cuando caminaban por la calle de mi mano, aladares naranjas, falditas escocesas, el sortilegio barato de un perfume pagano.  Recuerdo ese tiempo que abrasa cuando crees que todo comienza, acabada la tarde volvíamos a casa cargados de duda y de vergüenza.  En lo oscuro nos pasábamos el canuto, la única manera de besar su saliva.  Los antiguos amores de instituto ahora parecen náufragos a la deriva.  Mi primera novia se llamaba Helena, su belleza no comenzó ninguna guerra, me duró tres días y fue una pena que sus padres se mudaran a Inglaterra.  Ni un beso me dio la que va a continuación, sólo miradas, roces, lápices de repuesto.  El primer pecado lo dejaba a la imaginación y yo encerrado en el baño hacia el resto.  Más tarde me enamoró una damascena, tres cursos por delante del mío.  La impericia, el probador y su melena inventaron un invierno sin frío.  Valquiria, fuego, gata