Relámpagos de cafetería.
Por mi afán de contrariar a las diosas, a menudo tomo té en una cafetería de cristaleras enormes. Me siento y observo, lento, el trajín de gentes, de coches, nubes que asfixian lo poco que queda de esta pequeña ciudad. A veces escribo, como ahora, en un cuaderno. Ya ven, por la tarde mi letra es ordenada, por la noche prefiero servilletas, con o sin carmín, ya que las personas cambiamos a medida que cae la arena de los relojes, no somos los mismos en la luz que protegidos por una insondable oscuridad. Una pareja discute dos taburetes a la derecha, al parecer él se conectó a una hora sospechosa para ella, pasa el tiempo, no hay besos, exigen contraseñas invisibles, no hay abrazos, quieren que el contrario borre contactos antiguos, amigos en redes sociales. Serán celos interconectados, qué difícil debe ser amante estos días con estupideces conectadas a wifi. Y no hay caricias. Ahora pasan por la calle tres muchachos agarrados, cómo no, a sus respectivos móviles, parecen