SI TÚ NO FUERAS TAN YO. TENÍAS RAZÓN EN TODO. XXXV

 



 

 Hace mucho que no hablamos. Prometí no volver a hablar contigo, o al menos no volver a escribir sobre ello, pero te necesito. Necesito de tu arrogancia, de tu mal hablar. Quiero gritar, ser contestatario, dar un puñetazo, llorar entre las deformidades de tu cuerpo. He estado observándome y lo único que te puedo decir es el título de la última canción del último álbum de Bunbury: Tenias razón en todo. Me he convertido en uno más, uno de tantos, tan predecible que cualquiera podría adivinar mi siguiente paso. Voy callando y tragando, aceptando todos los escollos de la vida. Me parezco a los demás y yo antes no era así, no era así porque te tenía. Tenía un verso, un pequeño párrafo mal escrito que me hacía feliz. Ahora llego cansado a escribir, eso si llego, harto de todo, sin ganas, apático, con el peso de mundos imaginarios en mis hombros.

Me falta suerte, o eso creo, porque cualquiera en mi situación diría que soy un suertudo, por eso no apareces en el espejo, odias verme bien, pero ya sabes, me exijo demasiado, siempre quiero más. Estoy en el camino correcto y si tuviera oportunidad lo cambiaría todo por caminar en otro más empedrado. La vida es así, tal cual, a veces, uno no quiere ser mundano y hablarle al espejo cómo hago ahora, a veces recibir una contestación malsonante, sin embargo, estás ahí parado, sin hablar, me gustaría darte un martillazo en la rodilla, exigirte unas palabras como hizo Miguel Ángel con su Moisés.

También me falta Tiempo y sobre todo Talento, tan imprescindible el primero como extinto el segundo. Tal y como informaste, la gente dice que soy bueno sólo por seguirme la corriente, en realidad me sostengo sobre una muleta astillada. La intención no cuenta y las caídas sólo dejan raspones y arañazos, heridas que cada vez cuesta más curar. Queda el romanticismo de levantarse en la próxima caída, nada más. Y el libro, bueno, menos mal que has desaparecido de mi vida porque si lo llegas a leer te mueres de vergüenza. Hace años dijiste que no lo leería casi nadie, tanto tiempo a tu lado y nunca supe dónde guardabas la bola de cristal.

Cuando me levanto escucho al vecino, la música de Rosalía o de Bad Bunny traspasa la pared. Yo intento contraatacar con Bach o Tom Waits o Chet Baker pero el reggaeton se impone al chelo en Re mayor. Esa música de ordenador, machacona, estridente y que no entiendo, acaba por convencerme de que en dos generaciones nadie sabrá qué es la poesía, comprarán libros o Ebooks del youtuber de moda sin tener ni idea de Literatura. A lo mejor debería hacer eso, vivir como viven los demás, ser víctima de las modas que invente un subnormal con cámara de fotos y conexión a internet. Que lo que mola ahora es llevar los pantalones por los tobillos, ahí voy yo. Que lo que se lleva ahora es hacer Tiktoks fingiendo que cantas o hablas desacompasadamente con el diálogo de una película, cuenten conmigo. Bueno, a quién quiero engañar, jamás haré algo parecido, estoy cansado y tengo mil maneras diferentes de hacer el ridículo (ésta es una de ellas), seguiré leyendo el libro en el que me apoyo para escribir, pero entiéndanme, cada vez cuesta más llevar algo de cultura en el bolsillo.

Para terminar por el principio, quizá no soy tan igual a los demás como me parece. Quizá exista una luz intermitente, la luz de un faro que guíe esta goleta insignificante a tierra.

Estas son mis contradicciones, una carta escrita al vaho que gotea en el espejo.

Estas son mis decisiones, elegidas para asomarme al precipicio.

Gracias por tu silencio y por no moverte del espejo. Que el viento del sur sople para juntarnos de nuevo.

   Marcos H. Herrero.

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