REMO Y BRÚJULA.

 



De todo el delirio que estamos viviendo lo que más miedo me da es el cambio que está experimentando la ciudad. Este año se lo ha llevado casi todo, el maquillaje de las calles y los edificios, las luces de los escaparates, la gracia, digamos, de esta ciudad. Normalmente la metamorfosis es gradual, al igual que la vida, el deterioro o la vejez asoman despacio, por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Hasta hace poco podías caminar por la calle y decirle a tu acompañante: Mira, ahí estaba la guardería a la que fui de pequeño, y señalar un local abierto, una zapatería o un bar, qué se yo, el negocio que sigue vivo después de ser guardería en un periodo de 20 o 30 años. Hoy nadie puede hacer eso, los negocios cambian a la velocidad de la luz, y el 2020 se ha encargado de acelerar el proceso con su rayo de ruina y destrucción. Locales vacíos y en casi todos los escaparates el cartel de Se Vende o Se Alquila. Donde antes había un negocio ahora hay una cristalera vacía, más allá polvo y deudas. Si miramos hacia arriba los carteles han conquistado muchos balcones, muchas ventanas que antes tenían luz. Divorcios, hipotecas impagables, edificios semivacíos. 

Nunca antes hemos tenido tantas excusas para que un negocio funcionara, inventos que hicimos nuestros para poder vender más y mejor: Black Friday, día sin IVA, Happy Hour, 2X1. Las empresas de antes no necesitaban tanta gilipollez y las familias tenían un plato encima de la mesa, ahora los impuestos, las altas rentas y el escaso margen hacen de los negocios una ruina. Y si toca año de mierda como este no te quiero contar, la soga en el cuello del emprendedor. 

Le preguntaban hace unos años a unos chavales americanos que acababan la carrera, que qué querían ser en la vida, todos sin excepción dijeron que emprendedores. Hicieron la misma pregunta a la salida de las facultades españolas y todos dijeron que funcionarios. ¿Ahora entienden la diferencia? 

Si seguimos así perderemos nuestra identidad y nuestro pasado. Montar un ultramarinos en el barrio se va a convertir en deporte de riesgo, una ferretería, un bar, un gimnasio, montar un pequeño negocio en España es un suicidio, sea cual sea. Acuérdense, dentro de unos años señalaremos un local y diremos a nuestro acompañante, ahí estaba mi guardería, luego fue un bar que se arruinó, luego una carnicería que también se arruinó, luego lo cogieron unos chicos y montaron una tienda de informática que tuvieron que dejar porque no podían pagar, más tarde fue librería, quizá el negocio que menos ha durado, luego tienda de ropa, y ahora mira, un cartel de se vende en el escaparate ha matado los sueños y las ilusiones de los empresarios que pasaron por ahí. Y yo no quiero eso. No quiero ver mi ciudad llena de carteles descoloridos con números de teléfono ilegibles a los que llamar para levantar un negocio que posiblemente acabe en bancarrota, no recordar lo que fueron algunos locales, la luz que arrojaban a la calle, su fama, los ratos que pasamos en ellos, la gente que conocimos, la dependienta que nos llamaba por nuestro nombre, el camarero al que le bastaba un guiño para rellenar nuestro vaso, no quiero ir por la calle y señalar un cartel, ahí estaba mi restaurante favorito. 

Me temo que el 2021 va a ser poco más o menos, un año árido que también costará tragar. La ciudad seguirá cambiado a nuestras miradas, nosotros cambiaremos con ella, cada vez más distanciados, por miedo o por esta nueva misantropía que viene de la falta de abrazos. Somos marineros bajo la tormenta mandando al ciberespacio quejas, críticas, memes o una entrada de un blog horripilante. Que el 21 sea mejor que el 20, que tiremos por la borda lo inútil y achiquemos agua. 


Que agarremos el remo y la brújula. 


     Marcos H. Herrero.

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