LA GUERRA DE LOS MUNDOS.



Cuando Orson Wells radió la guerra de los mundos la población entró en pánico, todo el mundo tenía una radio. 


A pesar del aviso “El Columbia B. Sistem y su red de estaciones asociadas tienen el agrado de presentar a Orson Wells y el programa de teatro Mercury en el aire, en la Guerra de los mundos, de H. G. Wells”, América creyó en una invasión extraterrestre. Con 23 años y un micrófono Orson Wells puso el país patas arriba. Los ciudadanos miraban temerosos el cielo oscuro desde sus ventanas, las comisarías colapsaron, así como los supermercados donde la gente se pegaba por conseguir la última lata de guisantes. Era 1938 y un locutor radiofónico contactaba con Carl Philips, su enviado especial en Grovers Mill, que estaba con un profesor dubitativo llamado Pierson en la granja Willmuth, donde había caído un meteorito procedente de Marte. Según él había árboles arrasados, quemaduras en la tierra por el impacto de un cilindro de unas treinta yardas. En todas las radios de América se oyen murmullos dizque de una nave marciana. Philips dice que la tapa se ha desenroscado, como si fuera una botella o el regalo de un huevo Kinder, y que ve unos ojos de víbora gris, tentáculos, un cuerpo de oso. Ha de guarecerse lejos del extraterrestre y pide un minuto a la audiencia. Como los antiguos estudios de radio tenían orquesta, el tiempo se rellena con unas notas de piano. En la realidad los teléfonos de emergencias comunicaban. Philips vuelve a conectar diciendo que está detrás de una valla de jardín con el señor Wilmuth. Hay muchos policías y curiosos, el extraterrestre, para amargar la bienvenida, comienza a lanzar rayos quemando vivos a los allí presentes. En los transistores americanos se oyen gritos y aullidos, explosiones, la voz de Philips diciendo que el campo arde, y de repente el silencio.  En el único medio donde no cabe el silencio, Orson Wells lo invoca a su antojo para hacer que la población fuera directa al baño. El locutor informaba de problemas técnicos, de que el profesor Indelkofeer (me descojono), de la sociedad astronómica californiana, apuntaba que las explosiones en la superficie de Marte no eran más que meros disturbios volcánicos. Y vuelta al piano mientras la gente temblaba en sus casas. Señoras y señores, acabo de recibir un mensaje por teléfono, un mínimo de cuarenta personas, entre ellos seis policías, yacen muertos en un terreno cerca de Grovers Mills, sus cuerpos están mutilados e irreconocibles. Los granjeros cargaban sus escopetas al oír murmullos en la radio. El locutor continuaba, los bomberos del estado de Mercer se afanan por apagar las llamas generadas por un extraterrestre inventado. Aquí tenemos un boletín de Trenton, se trata de una breve información sobre el cuerpo carbonizado de Philips, ha sido identificado en el hospital de Trenton. No se salvaba ni el pobre enviado especial que intentaba informar de lo ocurrido, como si aquí mandamos a Iker Jiménez a cubrir la guerra de los mundos y a la media hora nos lo mata un rayo extraterrestre, toda una tragedia. Orson Wells seguía y seguía. Hospitales de campaña de la Cruz roja, emergencias interplanetarias, en fin, que las maquinitas sólo eran la vanguardia de un ejército invasor procedente de un planeta vecino, no de uno a tres mil millones de trillones de años luz, no, del que conocemos todos, el de aquí al lado. 7000 buenos hombres se lanzan contra el aparato alienígena, sobreviven 120. Todo está perdido. Me imagino a esos pobretones americanos en plena recesión encerrados en el sótano de sus hogares, rezando, contando latas de judías, con papel Albal en sus cabezas, mientras un pulpo marciano, metálico e inexistente conquistaba Nueva Jersey. Boletines informativos, igual de reales que el pulpo, informaban de más naves siderales aterrizando por todo el país, el secretario del interior pidiendo calma a la población, soldados disparando contra los marcianos, aviones en el cielo, ciudades evacuadas y Wells que dice que ha tenido que subir al tejado del Broadcasting Building porque las comunicaciones se agotan, desde allí ve marcianos y más rayos catódicos que en una película de Zack Snyder, hasta que de repente, PUM. La realidad. “Están escuchando la CBS en la presentación de Orson Wells y el teatro Mercury en una dramatización original de La guerra de los mundos, de H. G. Wells”. Para cuando los oyentes escucharon la palabra dramatización todo era un desmadre, el gentío arramplaba con todo el papel higiénico de los supermercados, luego con la levadura, que no nos pase como en Venezuela, decían mientras chocaban los carritos en el pasillo seis, las comisarías eran asediadas, las carreteras colapsadas y el mundo seguía girando, ajeno a la broma, al truco de magia, al talento, al prestidigitador que durante treinta minutos se convirtió en locutor de radio. 


Cuando los medios de comunicación narraron la lucha contra el virus la población entró en pánico, todo el mundo tenía Facebook. 



PD: Para quien le pueda interesar, al final los alienígenas espicharon de repente. Por lo visto, este aire que respiramos, más o menos impunes, les sentó mal, un microbio o una partícula de polvo, no sé, o tal vez declinaron al ver lo jodido que está este mundo, a mí no me pregunten, sólo soy alguien que lee, la cuestión es que las máquinas cayeron y sus restos se pueden admirar en casi todos los museos de América. 


    Marcos H. Herrero.


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