ELLA Y ÉL.




Ella durmió en casa de sus padres. A él lo fueron a buscar unos amigos. Dicen que él bebió alcohol para desayunar, en cambio ella fue cauta, como casi siempre. Él llegó primero, borracho e impaciente. Trémula y hermosa, embarazada, llegó ella. Blanca con retazos rojos era ella, color vino y camisa blanca era él. Las cosas han cambiado desde entonces. Él dio un discurso que sólo ella entendió. A ella le emocionaron sus palabras. Él jamás pensó verse en una situación así, ella llevaba toda la vida preparándose. Él se esforzó por no parecer un impostor, ella por no parecer tan innegable. Hubo fotos, en todas aparecen sonriendo. Él tardó en llegar al brindis, cosa rara. Ella lo esperó en la puerta. Cuentan que después de los vasos al aire él continuó la borrachera mientras ella bebía cócteles sin alcohol, yo no les sabría decir, siempre los vi riendo entre la gente. Él le regaló todos sus poemas, escritos a mano en el cuaderno que ella le compró hace tanto. Ella desapareció durante dos minutos y él puso el grito en el cielo pensando que ya lo había abandonado. La encontró y ella rio su ocurrencia de abandono. Las cosas han ido a peor desde entonces. Había gente, no toda la que le habría gustado a él, sí la que ella esperaba. Se besaron más de lo debido provocando la envidia de los asistentes. “No pensé que se quisieran tanto”, comentó la vecina cotilla del tercero. Comieron en una mesa con nombre de Madre. Dos gatas la custodiaban. Por los alrededores había fotos de los viajes que hicieron. Países que visitaron. Ella partió la tarta, él hizo el tonto con el cuchillo. Creo recordar que por entonces sonaba Bob Dylan. Bailaron pedazos de películas, ritmos con los que se conocieron, él desenfrenado y alegre, ella desenfrenada y alegre. Cuando la fiesta fue acabando y ya sólo quedaban unos pocos borrachos apoyados en la barra, él lloró abrazado a ella. Sonaba la última canción y ellos eran los únicos que quedaban en medio de la sala, balanceándose al son de un vals etílico. Ella está afónica de ser feliz, él está afónico de aguardiente. Cuando al fin quedaron solos, los botones se desabrocharon.
Hoy cenarán en el mismo restaurante. Con su habitual pesimismo él dirá: Hace un año viví a tu lado el mejor día de mi vida, lo que vino después no me gustó tanto. Ella con su habitual optimismo lo cogerá de la mano para hacerle entender que no todo está tan mal. La mesa no llevará nombre de Madre, el nombre de su Madre lo lleva ahora la hija de ambos. Brindarán por el año que han pasado juntos, por el esfuerzo y el sufrimiento, porque siguen vivos. No sabría decirles si continúan enamorados, o si alguna vez lo estuvieron, ella sigue riendo, él sigue haciendo el payaso. Lo que sí les podría decir es que no son los mismos. O quizá sí.

      Marcos H. Herrero.

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