SIN DESEOS PARA EL AÑO NUEVO.





Todos los años por estas fechas suelo hacer balance, reflexiono con la impresión de que cada año la circunstancia, mi historia, empeora. Este año no puedo decir que he empeorado, sería una blasfemia, los cambios me trajeron quietud y bienestar, la monotonía anodina y precaria que nunca elegí. Tanto he cambiado que ahora mismo no sé ni qué coño escribir. 

No recuerdo cuando ocurrió, en qué desdichado mes de este año, quiero creer que a las puertas del otoño, pero ocurrió. Salí del camino marcado aceptando lo que la sociedad, esa tormenta sin relámpagos que todo lo enmohece, me impuso irremediable. Una rodilla en tierra, deseos inalcanzables y estúpidos, un horario que aprieta la garganta, una joya en la mano, otra responsabilidad que crece cada día, un chocolate con churros los domingos por la tarde, un paso cansado y marchito, el silencio en las reuniones, los sueños pisoteados por mi zapatilla, una nostalgia por lo que nunca podré ser, minutos eternos para llorar por no escribir. Rendición me diagnostica este diccionario que tengo en la mesa. Y es que el sol nunca nos trajo nada bueno a nosotros, los irredentos. Prefiero un cielo negro de tormenta amenazadora, de rayos que electrocutan los paraguas de los que se creen a salvo. 

Las cosas buenas, quién lo diría, quién se atrevería a creer que di un discurso petulante en el mejor día de mi vida, que me disfracé de alguien que no soy yo, que no acudí a fiestas, ni a funerales, que mi tos se dulcificó al igual que mi temperamento, que cumplí las normas, que ahora soy tantas cosas que no soy ninguna, que pronto seré algo que no quiero ser, que no estoy preparado, que no me tropecé, que ahora todo es de colorines y hay una abuela que le ha dejado su nombre en herencia a su nieta. Que no leí, ni escribí, ni colmé lo que me gusta por las cosas buenas. 

Escribir que me gustaría tirarlo todo a la basura sería escribir demasiado, o ganarme una bofetada, pero cuando en la noche profunda suena el camión de la basura zarandeando los contenedores de residuos, me dan ganas de hacer canasta de él, y encestar en lustroso triple desde mi ventana todas las cosas buenas que me han pasado, y las que están por venir. O quizá no. De tantas vueltas mi cabeza vive en un mareo constante de vomitona etílica. Ni siquiera sé lo que quiero, no me quedan deseos que pedir para el año nuevo, no sabría qué exigir al genio de la lámpara que nunca concede mis súplicas. 

Salud. 

Marcos H. Herrero.

Comentarios

  1. Una intensa reflexión sobre lo vivido en el 2018.
    Yo te deseo un 2019 muy pleno en el que se realicen tus verdaderos deseos. Trátate con mucho cariño –cuida de tu niño interior con todo el amor que tienes dentro- y que se afiance aquello que te llena y te hace feliz.
    Un fuerte abrazo, Marcos.

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