DISQUISICIONES ABRUMADORAS.




EL HABLA. 

Mi ritmo de vida me lleva a hablar con mucha gente a lo largo del día. No sé si lo han notado, pero hay una muletilla en el aire del habla que se adueña de una de cada tres frases. En ese sentido. El técnico que está instalando la fibra, el camarero que sirve otra copa, el profesor de universidad que da un discurso frente a sus abotargados alumnos, el entrevistado por un canal de noticias debido a una catástrofe, todos en algún momento dicen la famosa frase. Creo que ha acampado en nuestro vocabulario porque nos da rigor, prosopopeya, un poquito de lubricidad para la oxidada dialéctica. Sino fíjese, a mí me hace mucha gracia cómo intentamos hablar de una manera sofisticada, copiando palabras del vecino o añadiendo extranjerismos mal pronunciados. Rara es la conversación entre dos jóvenes en la que no se oigan palabras como, Youtube, Shopping, Backstage, Vintage, Trap. Resulta curioso oír estos extranjerismos perfectamente pronunciados a personas que ni siquiera hablan bien el castellano. En fin, será cosa de los influencers o las celebritis
Y no es malo, o no del todo, significa que el idioma está vivo, aunque vaya por el camino incorrecto, dejando en el retrovisor un castellano culto, atávico, esplendoroso, ordenado, virtuoso, variado, audaz y con una puntería más abrumadora que estos pensamientos abrumadores, y no como ese inglés chiquito y paupérrimo que utiliza una palabra para designar una cosa a la que el Castellano le dedica veinte de sus más heterogéneas palabras. 
Como escritor fracasado es un tema que me preocupa en demasía, quizá si tuviera éxito no me preocuparía tanto, o si no me preocupara tanto tendría éxito, según se mire. Mi inquietud para con el habla se ha acrecentado estos días por dos motivos, a saber: 1, estoy a punto de batir el récord de palabrotas jamás dichas por un hombre sano, mi boca es un vertedero de maldiciones que intento limpiar con lejía y autoflagelación dental, pero ni por esas. 2, En unos días he de dar un discurso a un conglomerado de personas que posiblemente ni me escuchen, y no quiero parecerme a esos escritores primerizos a los que les dan un premio amañado y sacan temblorosos de su bolsillo un papel manido o una baraja de tarjetas blancas para leer algo habitual y sintético. Cuando tenga el micro en la mano pensaré en esta entrada, y si los nervios me atenazan y me da por tartamudear siempre podré salir del paso diciendo: En ese sentido. 

LA TECNOLOGÍA. 

Decía Robe Iniesta en una presentación de uno de sus discos, que no tiene sentido estar en los conciertos grabando con el móvil por encima de la cabeza, que das por culo (habla Robe) al que tienes al lado, que el vídeo que te llevas a casa tiene mal sonido y mala imagen. Veo esa afirmación y subo lo siguiente: que se vaya a la mierda tanta tecnología, coño. 
Quedas con alguien para tomar una cerveza y a los cinco minutos de conversación está sacándole una foto a la cerveza y publicando que se siente maravillosamente bien con fulano de tal. Visitas un museo o un monumento y a tu alrededor gente colocándose el pelo y poniendo morritos frente a un móvil pegado en un palo. Vas a un concierto, un campo de fútbol, una procesión, y todo el mundo ve el momento a través de sus teléfonos móviles. La gente camina por la calle hablándole al teléfono o escuchando lo que nos intenta decir entre jadeos el amigo que en vez de llamar deja notitas de voz. Es tan gilipollesco. 
Robe añade que estas modas pasarán, que las generaciones futuras nos verán y dirán, míralos con ese aparato de la mano, qué tontos eran nuestros abuelos. Yo esa afirmación no la veo, va a ser muy difícil apartar del fuego al pitecántropo, porque afuera hace frío y las alternativas como pueden ser los libros, hablar mirando a los ojos, sacudirnos los me gusta, viajar sin tener que subir fotos cada dos minutos, o simplemente comer sin que se entere el primo lejano, pesa, es complejo, exige inteligencia y no ofrece una gratificación inmediata, lo más fácil y a la vez lo más laborioso. Intente librarse de su maniqueísmo y verá. 

EL FUTURO. 

No quiero recordar por qué pero últimamente pienso mucho en el futuro. Vivo observando a la gente que tiene más edad que yo y veo escenas, comentarios, movimientos que no me gustan, ojo, no quiero decir que sean malos, algunas de esas escenas son de auténtica felicidad, simplemente no me agradan, o no van conmigo, vamos. 
Como el tiempo no hace otra cosa que correr hacia adelante supongo que me veré abocado a pasar por el aro y protagonizar dichas escenas; la contención en las comidas navideñas, el aguante frente al mangoneo de los otros, el estar en el sitio que no quieres estar hinchado la mandíbula, la foto familiar con fondo acartonado frente a la lente de un fotógrafo mentiroso, el retrato de familia con perrito que diría Sabina. Yo, que quería ser Tayler Durden, ordenadamente anárquico, con un cigarro siempre en la boca, con el ojo morado, con el aliento lleno de sangre y nicotina, medio borracho, medio drogado. Rock and Roll. Y de repente tienes una hipoteca y unas facturas que llevan tu nombre, eres un adulto huraño y dúctil, no cometes excesos, respetas las señales, las leyes, cocinas sano para que tu colesterol no se enfurezca, eres puntual, educado, llevas las manos en los bolsillos y a todo dices sí, o lo que es peor, tiendes los tangas de una chica que ha conquistado tu enrocado corazón, y no, no es Marla Singer. Jaque mate. 
En definitiva, que no me gusta el futuro que veo y no veo una solución para cambiarlo. Sino, cuenten los noes que llevo escritos. 

EL PASADO. 

¿Si hubiera cambiado algo del pasado sería mejor mi futuro? ¿Quizá peor? Posiblemente un guiño o un no sin concesiones hubieran bastado para ser más feliz. Es tarde pero las preguntas permanecen. Si has llegado a este punto, lector, ya puedo tutearte, así que dime, si existiera una máquina para ir atrás en el tiempo y enmendar los errores, ¿comprarías una ficha al feriante que la inventó? Yo desde luego entraría sin pensármelo hacia el humo artificial de la atracción, y una vez en 1998 haría todo lo opuesto de lo que he hecho hasta ahora. Por curiosidad, porque son muchas las heridas y para esquivar alguna bala o abrazar más a gente que ya no está. Creo que todo el mundo treparía en la bicicleta sicodélica que nos lleva al pasado, incluso la persona más feliz, por egoísmo aunque sea, volver a sentir la dicha del ayer bien vale el precio que vocifera el feriante desde su barraca. 
Uno de los mayores deseos del ser humano es viajar al pasado para tomar otros caminos y mejorar el futuro. Ya, ya sé lo que estás pensando, que los disparates de lo antiguo condicionan el presente y nos hacen mejorar, experiencia creo que lo llaman, filosofía para el conformismo, porque si la pastilla azul nos llevara al pasado con todo lo que sabemos, quién se tragaría la pastilla roja. 

EL FINAL. 

El otro día leyendo un artículo sobre una prostituta rusa y cara (fíjate, he escrito prostituta en vez de puta, voy a peor cada día) que abandonó el lujo y la opulencia que le ofrecía un oligarca putero por la mundanidad de un amor infantil, pensé en mi final, en cómo me gustaría que fuera mi final. Vi campo y quizás una casa alejada de todo, meditación, desconexión. No vi dinero, ni tecnología. Había muchos libros, tiempo y un sillón desgastado pero cómodo. Los frutos de un huerto me alimentaban, algunos de estos alimentos los cambiaba por otras viandas con el vecino más cercano, tres kilómetros en dirección sur, al norte no había nada. Hasta allí iba andando las mañanas soleadas, mirando el cielo que apenas veo ahora. Mi vecino, un viejo sabio que fue presidente de una compañía petrolífera, me contaría historias sobre intrigas gubernamentales y pactos secretos, cómo abandonó esa vida para venir aquí a vivir cual asceta arrepentido. Mi vida se iría apagando de a poquitos, tres cartas sobre mi mesilla me despedirían de los seres que amé. Mi cuerpo lo encontraría un viajero que no encontraba la salida de mis ensoñaciones. El forense y la ambulancia tardarían horas en llegar. E igual que mi vida, el hedor sería insoportable, pero al menos en mi cara habría un último gesto de paz. 
Otras veces, en cambio, no vislumbro mi final. Un fundido a negro cubre el mañana y pienso que las luces se apagarán más pronto que tarde. Que moriré sin hacer tantas y tantas cosas que me quedan por hacer. La angustia y una taquicardia de lunes me hacen palidecer. El conductor de atrás pita y blasfema porque he parado de repente. La vida sigue con su prisa, con sus gotas de lluvia en el cristal, con sus comentarios cotidianos y su ridícula modernidad, su pasado y su presente. 

Parece que el final no será hoy.   


    Marcos H. Herrero.

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