ESCENAS DE LA MALA SUERTE.







Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído y dijo:

- ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se oscurecieron mis hazañas, aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!

Oyendo lo cual Sancho, dijo:

- Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegrías en las prosperidades, y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era gobernador estaba alegre, ahora que soy escudero de a pie no estoy triste, porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, sobre todo ciega, y, así, no ve lo que hace, ni sabe a quien derriba ni a quien ensalza. 

     Cervantes.

Ya he dicho aquí que el Quijote es el libro de los libros, una fuente inagotable de sabiduría. Últimamente ando quejándome demasiado, más de lo habitual, que ya es decir, igual que don Quijote, al que nadie le puso el don. Me quejo porque llueve y hace frío, porque no me gusta el color de una nube, por el traspiés y los reveses de antaño, porque siempre llego tarde, por lo que pude ser y jamás seré, en definitiva, por mi derrota, por mi mala suerte. Siempre con la boca sucia, siempre maldiciendo. ¡Cuántas veces habló Sancho conmigo para salvarme la vida! Esas palabras de arriba me hacen seguir adelante, olvidar el enfado, porque la vida sólo trata de eso, no estar triste cuando se es un escudero de a pie.


El médico que al agarrar el bisturí le muerde el paciente, propagando el virus Z por su torrente sanguíneo. El que tropieza tres veces con la misma piedra. El que caminando por la calle le cae un tiesto en la cabeza. El que mucho apuesta y poco gana. El que sale del casino con los bolsillos descosidos. Al que frente a dos sicarios se le encasquilla la pistola. Al que ni el reintegro le toca. El que estando en el pajar se pincha con la aguja, el de los paraguas rotos. El que ve por la ventanilla del avión un motor en llamas. El de la nube negra y los números rojos. El poeta que nadie lee. Los ojos de serpiente y el espejo roto. El trece que sale los martes a emborracharse. El que no cruza los dedos, ni toca madera, ni se levanta con el pie derecho. El niño gordito que se queda rezagado y el machete del asesino reluce en su espalda mientras pide que sus compañeros le esperen.

    Marcos H. Herrero.

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