DE LOS DÍAS SIN ELLA, DE LOS DÍAS SIN TI.


I. 

Lo recuerdo todo muy doloroso, tan nítido que se me saltan las lágrimas. Recuerdo las frases hechas de la gente que no conozco, el ruido de aquellos que jamás volví a ver. Recuerdo tu silencio, el silencio de la persona que aún sigue a mi lado. Recuerdo que había una máquina de café y un viento que daba portazos, también un teléfono para llamadas de emergencia. Recuerdo el luto de parientes lejanos y pueblerinos, la visita fugaz de los conocidos, personas que ya la habrán olvidado. Recuerdo el Padrenuestro de la vecina, que llegó llorando y se marchó riendo. Recuerdo la desesperación al llegar a casa con la certeza de que nunca más volvería a estar allí con ella, y recuerdo tu cara a través de mis lágrimas, tu cara de impotencia y pena. Recuerdo los pequeños detalles, aquellos que más daño hacen. El cura pidiendo dinero, la enfermera abúlica haciendo de su trabajo un trámite, las escaleras de la iglesia, los crucifijos que no ayudan, la esquela en el portal. Pero sobre todo te recuerdo a ti, que estuviste a mi lado en aquel infierno de salas de espera. Y en el infierno, todavía peor, de los días sin ella. Hiciste que recuperara las ganas de vivir, de respirar sin lamentos. Todos se fueron cuando la tierra aún estaba húmeda, quedando sólo tú con un abrazo que todavía me consuela. 

M. 

Recuerdo el día que te fuiste, aún sigo enfadado por tu huida precipitada. Recuerdo la aglomeración y los besos, la compasión hacia mi persona. Los curiosos, los lejanos, el marujeo de velatorio, la gente que nunca conociste, todos en un ir y venir casi festivo. El desayuno en una cafetería cercana al hospital, los compañeros enfermos de habitación. Recuerdo al empleado de la funeraria, un tipo gordo e inquieto, lleno de insensibilidad y facturas, el último hombre que tocó tu cuerpo sin vida. Recuerdo las primeras preguntas que empezaban a hacer cola en mi cabeza, hoy ya ni eso, para qué preguntar si jamás habrá respuesta. Recuerdo que tuve que conducir, hacerme el fuerte, consolar a ancianos con bastón, guardar las lágrimas para después del espectáculo. Recuerdo las campanas que tocaban a muerto, el camino del cementerio, con piedras llorosas y arena triste. Recuerdo las flores, demasiadas, cada una con una banda que indicaba el nombre de la persona que las compró, como si tú fueras a levantarte a comprobar quien había llevado flores y quien no, además a ti no te gustan las flores, y a mí tampoco. Recuerdo el abrazo de un amigo, aquel que me iba a buscar a casa justo después de comer, te acuerdas ¿verdad? No te gustaba que saliera a zascandilear con la digestión en ciernes. Y como te decía, sigo enfadado por todos estos recuerdos, por el sueño sudoroso y triste que me acompaña desde entonces, por las preguntas sin respuesta y por el dolor de los días sin ti. También por hacerme escribir estas palabras sentado a la orilla de tu cama huérfana, ¿sabes? Nadie ha vuelto a dormir en ella, yo lo intenté una noche pero no pude soportar la pena. Podías aparecer de repente, escapar de dónde quiera que estés, tocar el timbre de mi casa después de comer como hacía mi amigo. Sólo un rato, luego volverías a irte. Se me pasaría el enfado y me reconciliaría con el mundo. No te dejaría hablar, tengo tantas cosas que contarte. Lo sé, lo sé, no volverás y a mí me tocará seguir fingiendo fortaleza y sonrisas, herido de muerte por esta afilada soledad. 

Y. 

Pero cuando me invade una soledad atroz, sé que vosotras estáis conmigo, y os veo entrar por la puerta de cualquier bar, contándome que habéis comprado un móvil nuevo, o que habéis visto los escaparates más caros de la ciudad, riéndoos de las últimas modas que compran los ricos. Bebemos cerveza y contamos chistes sobre camareros. Camino a casa, en un paseo que nunca acaba, os vacilo recordando la anécdota del día que os presenté, ¡qué caras pusisteis! Anochece y los niños de los parques se recogen, algunos pasan entre nosotros. Yo parezco ese niño que siempre quise ser, y la soledad de los días laborables se disipa como la niebla ante un sol de mediodía. La luna aparece tímida en el cielo cuando llegamos al portal para despedirnos, ojalá el tiempo y el miedo te hubieran dejado despedirte de verdad. Nosotros seguimos otro camino rumbo a un futuro de recuerdos y melancolía, de soledad y circunstancias adversas. 

Así es la vida, la vida de los días sin ella, de los días sin ti. 

     
    Marcos H. Herrero.

Comentarios

  1. Conmovedor. Está claro que ha sido una gran mujer y una madre inmensa.
    Un fortísimo abrazo, Marcos.

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