Si tú no fueras tan yo. XXXII




Te escribo esto porque siempre estás comunicando. Tan ocupado en tus asuntos que ni siquiera tienes tiempo de hablar conmigo. Ni en el azogue del espejo logro verte ya, o no logras verme tú a mí, según se mire. Ya sabía yo que acabaríamos perdiendo la comunicación. 
No soy esa mala influencia que susurra perversidades al oído, sabes. Bueno, a veces sí, pero nada hiciste que los dos no quisiéramos. Excepto ahora, empeñado como estás en darme indiferencia, viviendo una vida banal y sinsentido, aburrida hasta la locura. Además, mis malos consejos hicieron que latiera ese corazón que tenemos a medias, cosa que ocurre con menos frecuencia cada vez. Estos días iguales, esta amargura sobreactuada, estos enfados constantes hacen de tu derrota una caída irrefrenable. Tal vez si dejaras que yo aflojara la soga de tu cuello. Podríamos irnos por esa carretera que tiene las piernas abiertas, llena de destinos inciertos y carteles que se iluminan en la noche, hacia el primer horizonte que nos muestre un mar azul, quieto, inmenso, en una mañana donde los rayos del sol, por el reflejo amarillo, por la libertad casi palpable, nos hagan entornar los ojos. Algo tan sencillo y tan difícil como huir. Pero tú, el de la depresión perpetua, no eres así. Pesadas son las cadenas que arrastras y no estás dispuesto a abrir los grilletes, aun teniendo la llave de tu mano. Muchos esclavos pudieron sublevarse, escapar, matar al capitalista blanco que los esclavizaba, al nazi que les apuntaba con un arma y abusaba de ellos, mas no lo hicieron, ¿por qué? Conformismo, resignación quizá, no lo sé, lo que sí sé es que te estás convirtiendo en ese hombre cabizbajo y con sombrero que se pone a la cola sin levantar la voz, acatando las normas o las órdenes de cualquier mindundi o de cualquier papel pegado a la pared, cuya vida será olvidada más pronto de lo que el tiempo nos tiene acostumbrados. También sé que para luchar contra este pronóstico trabajas en un libro, un libro que sólo te causa frustración porque intuyes, al igual que yo, que no serán mas de tres las personas que lo lean. Y que en realidad no pasará la frontera de tu casa. 
Quieres cambiar el mundo y ni siquiera fabricas días distintos. Crees que escribiendo un verso alguien se va a remover en su sillón, que saltará una alarma roja, sonora, en alguna conciencia del extrarradio, que con ese verso todo arderá. Y te equivocas. Son tiempos difíciles, dime una sola persona que recite versos con frecuencia, ya no hablo de los tuyos, tan deslindados últimamente. ¿Has visto la cara de los libreros cuando compras poesía? Vives en el pasado, ningún poema enamorará a la animadora inaccesible, ningún terceto espantará legañas, ninguna décima subirá la fiebre. Desengáñate, todo eso pasó a la historia. Los únicos recursos válidos ahora son la imagen, la imagen y la falsa felicidad. 
Supongo que estarás pensando «qué tío más pesado, voy a romper esta nota mal escrita y a volver a mi vida», te conozco, por eso te digo que esto no es un rapapolvo o una bronca deliberada, ni siquiera un reproche, sólo te sacudo por las solapas para que despiertes y te muevas hacia lo distinto. Cada año hacemos balance y, joder, cada año el balance es más negativo. Ahora me soltarás aquello de que has cambiado, que este año has dado un paso en diagonal. Vale, sí, reconozco que lo intentas, que hay dos días a la semana que duermes algo, que este año has leído más libros que en todo el año pasado entero, que te estás divorciando de la tecnología y la información para mirar más el cielo. Pero carajo, qué hay de los días restantes, de los libros que nos quedan por leer, del tiempo perdido en absurdas noticias virtuales. Mándalo todo a tomar por culo, huye de esta ciudad desagradecida, de sus horarios de corsé y celosía. 
Sería lindo verte en el espejo de otra forma, sin ojeras, sin esa inseguridad que te atenaza incluso cuando hablas con un extraño. Sostenerte la mirada. Mostrar tu sonrisa elástica de dientes separados. Sería lindo. Ya sabes que esto no se me da muy bien, preferiría conversar contigo, pero nunca estás. Poco tengo que decirte más. Espero verte pronto por ese trajín de vida que llevas, en el espejo retrovisor de un atasco, en un ascensor averiado, o simplemente en cualquier lugar y a cualquier hora. 
No escribí remitente en el sobre porque ni espero ni quiero contestación alguna a esta carta, utilízala para quemar todo lo que te ahoga, que es mucho. Si sigues caminando con pesadas cargas, si los edificios no se derrumban, si nada arde, tu paso por la vida será insustancial, fugaz, como casi todos los demás, desapareceré y no habrá nadie que te diga aquello de: si tú no fueras tan yo. 

Espero que huelas a gasolina la próxima vez que hablemos. 

Suerte.

         Marcos H. Herrero.

Comentarios

  1. ¡Cuánta verdad encierra tu texto y qué bien escrito! Ya voy por la tercera lectura.
    Me identifico con muchas de tus reflexiones, porque para muchísimos mortales es tal cual como lo escribes. Lamentablemente, la cruda realidad.
    Y esta brillante serie de “tête-à-tête” contigo mismo vienen a corroboran aún más si cabe, tu talento. Genio y figura.
    Por muchos años más, crack. Es un lujo pasarse por aquí.
    Un fuerte abrazo.

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