De mi insoportable vecino a Mozart.



Llevo desde hace unas semanas escuchando un ruido en el salón de mi casa. Me pongo a escribir y ahí está, un ruido largo, lejano, desagradable, a ratos como si alguien cortara con tenaza las cuerdas de un violín, a ratos como un silbato incesante y desafinado. Se detiene, alguien dice algo, una aprobación quizá, y continúa con su monserga delirante y machacona. Yo pierdo la concentración, maldigo, blasfemo. Y así todas las tardes, incluso algunas noches, el ruido indescifrable a punto está de meterse conmigo en la cama. ¿De dónde coño sale esa melodía de película de serie Z, me estaré volviendo loco? El misterio se resolvió, como algunos crímenes, en un ascensor. Una mañana, mientras yo bajaba a comprar el pan, uno de los vecinos del piso de abajo me dijo, “¿No te molestaré con mi música? Es que estoy aprendiendo a tocar el violín”. Con que eres tú el desgraciado que quiebra mi concentración, maldito hijo de puta sin talento. “No, no me molestas”, le dije mirando la pequeña pantalla donde aparecen los números que va dejando arriba y abajo el ascensor. Así que aquí estoy, escribiendo estas palabras mientras un tipo sin ninguna aptitud para tocar un instrumento ensaya En la granja de Pepito. 

Conocí a un crío mimado que a la tierna edad de 6 años le pidió a sus padres un violín (al ser ésta una historia de fracaso no diré nombres, todo el fracaso lo guardo para mí). Los padres tuvieron un sueño, su hijo se convertía en estrella de la música, y ellos gozando la vida ampulosa del artista, llena de fama, dinero y filarmónicas. Al día siguiente el crío ya tenía un violín. Lo apuntaron a todo tipo de clases particulares, con los mejores profesores de la ciudad, que se desesperaban con la ignorancia musical del crío, pero que aceptaban de buen grado el dinero que la madre, un pelín choni, les ponía mes a mes. Cada suspenso en los exámenes de ingreso al conservatorio superior de música apagaba los sueños de esos padres que pedían, ya no peras al olmo, sino convertir en Mozart a un pequeño que ni siquiera sabía quién era Mozart. 
Pasados unos años, el niño se cansó de algo tan pequeño y sin sentido como es un violín, apuntó más alto y le dijo a sus padres que si de verdad querían verle triunfar en la música, le tenían que comprar un piano. Y vuelta los padres a soñar con fama y dinero, esta vez subidos a lomos de un Steinway. Dos semanas después de la petición el chaval ya tenía su propio piano, y el padre una deuda en el banco que acabaría de pagar en cuanto su hijo aprendiera lo que es un si bemol mayor. Cuentan que en una cena familiar los padres quisieron alardear de su hijo sentándolo frente al reluciente marfil del nuevo mueble que adornaba la casa. Ni tres notas seguidas pudo hilvanar el muchacho. “Este niño no tiene ni puta idea”, comentó la abuela, ebria de sidra. “No digas eso mamá, mi hijo va a ser uno de los grandes músicos de este país, ya lo verás”, dijo la madre choni confiando plenamente en su hijo. 
Hubo dos instrumentos fallidos más, hasta llegar a hoy donde al crío le ha dado por cantar, mal, delante de la diminuta cámara del ordenador. Dice tener muchos seguidores en YouTube, que debe ser una especie de muladar virtual donde actúan y se creen artistas las personas de talento mermado, algo así como un blog para un escritor. Desconoce por completo lo que es un si bemol mayor, y a veces, cuando canta en su habitación, sus padres, que ahora sueñan que su hijo es el nuevo Justin Bieber (desde aquí vaticino que acabarán soñando conque su hijo se convierte en un sucedáneo de Paquirrín), ponen la oreja en la puerta, “Escúchalo Paco, nuestro niño es un prodigio”. Paco no escucha, bastante tiene con sus deudas. Coño, que juré no decir nombres. 

Hay un nombre en esto de los talentos precoces que sobrepasa todo lo sobrepasable. Alma Deutscher, una niña británica que a los 10 años había compuesto varias sonatas para piano y una ópera de dos horas de duración llamada Cinderella. Verla tocar es creer en la reencarnación, pues resulta casi imposible que alguien con tan poco recorrido por el mundo pueda componer y sentir así la música. Claro que los padres también ayudan, él es lingüista y ella profesora de literatura, y sin que Alma dijera nada le regalaron un violín por su tercer cumpleaños. ¡Cuántas veces unos padres encumbraron o arruinaron el futuro de un niño!
Yo digo que el espíritu de Mozart, tan dicharachero, tan penúltimo Réquiem, se ha adueñado de la muchacha. Mozart, que tocaba el piano con la nariz, e hizo que hasta Salieri nos llegara convertido en segundón, siendo él un genio. Y es que son muchos los que nos quedamos por el camino, muchos Salieris convertidos en Youtubers. Intentamos hacer arte y lo máximo que conseguimos es molestar al vecino, que a su vez intenta crear algo único para molestar a otros, cuanta más gente mejor. Se podría decir que la mayoría del arte actual es una sucesión de incordios, donde el autor es incluso más acrítico que el receptor.

         Marcos H. Herrero.

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