A la semana de todo menos santa.


Hice un relato a mis 19, casi no ha llovido, sobre la Semana Santa. He intentado rescatarlo de mis papeles pero posiblemente acabó en la hoguera, me llevo fatal con lo que escribo, en fin, que el relato trataba sobre un personaje que va a la catedral de su ciudad, justo después de estas fiestas, para hablar con una talla de Cristo. El redentor le cuenta que se siente solo, que casi nadie lo visita ya, que después de la pompa y las flores todo acaba. Se queja y maldice de todos los quebradizos cristianos que llevaron a hombros un trozo pesado de madera y ahora olvidan. El prota, después de escuchar las inclemencias, abre la verja de la capilla y le ayuda a escapar. Los dos salen por la puerta del templo dejando atrás el incienso y su dogma innecesario. Y ahí puse la palabra fin. 
Sería un mal texto supongo, y como no doy ni con sus cenizas, he fabricado el poema de abajo. A falta de pan, buenas son tortas. ¿Y esto por qué? Pues porque no aguanto la Semana Santa. La gente peca más, de un modo sibilino, hipócrita. Ese gasto en velas, balcones, vino, cilicios, joyas, lágrimas, me hace vomitar hasta pasada la resurrección de las figuritas de madera policroma, cuando la carne débil de los devotos vuelve a delinquir. 


Suenan campanas sobre los tejados,
el silencio impone su ley en toda la calle,
una puerta se abre, móviles preparados
para grabar hasta el más mínimo detalle. 

Por ahí viene otro Cristo redentor
custodiado por falsos creyentes,
al son monocorde de un tambor,
regala lento absoluciones urgentes. 

Un cofrade penitente arrastra una cadena
para limpiar su alma de vacuos pecados,
luego en casa la virgen de la Macarena
le ayudará a dejar a sus hijos amoratados

Los flashes de la gente de tercera fila,
las saetas a una virgen trasnochada,
el policía registrando otra mochila,
no sea que un talibán explote en la grada. 

Capirotes de colores ruegan clemencia
a Dios para que el orgasmo no sea fingido,
en la cofradía todos saben la penitencia
que esconde Magdalena bajo el vestido. 

Un novio macabro fuera de escena,
lo que no aprende el hinchado recluta 
es que excepto la de los hijos de puta
no hay una muerte que sea buena. 

Si quieres ver y ser visto alquila un balcón,
da rienda suelta a tu caridad cristiana,
y disculpa esta pobre letanía, pero la pasión 
no es morir y resucitar la misma semana. 

Cuando todo termine brindaremos con atavío,
por nuestro afán protagónico y el engaño
que sigue vivo entre el acomodado gentío
que olvida los milagros hasta otro año. 

        Marcos H. Herrero. 

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