Porque octubre es el peor mes del año.


Luego vinieron los días nublados apagando el sol de la infancia. Fue entonces cuando empecé a escribir. Trenzar una cuerda para acercar los mundos que nos separan. Entre las frases y los versos de mi deslindada escritura descubrí que no hay un sólo día que no piense en morir, matarme por sobredosis de mediocridad y desengaño, la felicidad se esconde en un pasado que duele recordar. Todo lo demás es alcohol y fracaso. 

Viviendo tan lejos del mar no puedo mandar mensajes que me salven de los octubres en botellas vacías con olor a ron, ni encontrar inciertos tesoros, monedas de siglos pasados sucias de algas y salitre. Nadie en ninguna playa de este absurdo planeta leerá en voz alta el pergamino de letra borrosa recién desenrollado: Daría la poca vida que me queda por volver a escuchar tu voz. 

Porque todos, excepto yo, están dedicados a olvidarte, acaso ya te han olvidado. Pocos recuerdan cuál era el vino que te gustaba, las películas, los detalles, tus manías, o la cicatriz de la mano izquierda firmada por el cigarro de tu abuelo, aquel borracho irredento de postguerra al que un día escribiré. 

Porque octubre sigue siendo el peor mes del año. 

¿Debería intentar olvidarte yo también?

A veces me enfado conmigo por no recordar tu rostro, las cosas que me enseñaste, tus pasos se difuminan en mi mente cada vez más. Como a través de un cristal empañado te veo caminando sola por la ciudad, parada en algún escaparate, lenta y curiosa, sentada al borde de la cama con un libro entre las manos. Después la certeza de no volverte a ver me deja un nudo en la garganta, los ojos secos de tanto llorar, y sólo puedo escribir unas palabras para decirte lo mucho que te echo de menos, para quitarme de encima este miedo que atenaza cuando no estás. 

Al menos sé que estuviste conmigo muerta de frío entre la bruma de pubs ingleses con nombres de detective. Juntos cruzamos ríos caudalosos en inviernos lejanos. Vimos los atardeceres de ciudades eternas, ruinas bajo nubes blancas, primaverales. El mar embravecido por una tormenta que dio la bienvenida a los días en los que llorábamos de risa. 

La mañana sigue avanzando, los coches no gritan como cualquier día laborable. Será que es fiesta. A mí me cuesta levantar de la cama. Hace años te fuiste con los últimos rayos de un sol cansado e inequívoco, hoy la lluvia deja lágrimas en la ventana, también en mis mejillas, la soledad es pensar en aquello que perdimos, en lo que jamás volveremos a tener. 
Quizá por eso salté al vacío incrustándome al fin sobre un caos ceremonial. He de confesar que durante la caída, en ese inmortal segundo dizque tu vida pasa delante de ti, pero que es mentira, llegaron a mi corazón deseos de volver a cometer los mismos errores. Y me arrepentí de mi paso mortal. Así es la vida y el amor, siempre discutiendo, siempre enfadados, siempre renegando, pero cuando toca despedirse abogamos por una caricia que nos permita borrar los desaciertos. 

Sin embargo nunca se puede volver a empezar. La gravedad hace su trabajo. Esa caricia no llega. Cualquier mínimo fallo es imposible de remendar. Comienza a sonar un blues marchito. La muerte paraliza el corazón que una vez amé y alguien encuentra en un bolsillo el último verso de nuestra vida. Es entonces cuando el cielo se nubla apagando el sol de la infancia.


     Marcos H. Herrero. 

Comentarios

  1. Siento un nudo en la garganta porque tus palabras me conmueven. Octubre, una vez y otra. Un durísimo mes que te araña hasta sangrar con sus alas de murciélago.
    Te mando todo mi cariño y un fortísimo abrazo, Marcos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Al arte que me ha dado tanto.

Tormenta de mayo.

ESCRIBIR UNA PRIMERA NOVELA Y EL RUIDO QUE NOS SEPARA.