Derrota IV. Elijo la caja.


Entrada escrita la mañana del domingo 29 de mayo de 2016, recién derrotado el Atlético de Madrid. 

Resacoso, soñoliento, afónico y en la lona, vuelvo a escribir sobre derrota. Es curioso cómo de evocador puede ser un penalti fallado, algo tan trivial a veces trae un retorno al pasado; las partidas de ajedrez que nunca gané, la chica que dijo adiós desde la Caleta, los suspensos en literatura con vocación de poeta, en definitiva, aquello que perdí en este marasmo, dizque se llama vida. 
Nada conduce tanto al éxito como el fracaso, y nada ayuda tanto a escribir como la derrota. Qué tendrá que tanto me gusta, será la mancha de sangre que queda en el suelo al levantar la cara, los corazones rotos, el orgullo, o tal vez sea que no conozco la victoria. 
Lo que sí conozco es el Paseo de los Melancólicos, y puedo decir que tiene más poesía que la opulencia de Concha Espina, también menos trofeos dirán los resabiados, pues claro, ¿qué se han pensado, que la poesía luce premios y laureles? Pues no, oiga. Esos poetas que llevan galardones y aplausos enlatados a sus espaldas, eso, eso no es poesía. Ellos, igual que el equipo que perdió por dos veces la final de la Champions contra su eterno rival, no tienen el denuedo de volver a sembrar la floresta chamuscada. 
Los victoriosos suelen estar cegados por el oropel de las medallas, no tropiezan con ningún bache, la suerte siempre está de su lado, así como las viscosas palabras de un zafio presidente, se quitan la camiseta para lucir unos músculos hartos de mediocridad, y cuando mueren siempre hay una bruja, más o menos colorada, que los resucita, en cambio la resurrección de un perdedor es más compleja, hacen falta muchas escobas de arpías para limpiar el destrozo de una derrota, muchos kleenes que enjuaguen las lágrimas, y mucho vino amargo que haga menos dolorosa la depresión. 
Es en esos momentos cuando se escriben los mejores versos, sino comparen: El "Qué manera de palmar" de Sabina, le da mil vueltas al "Hala Madrid" de Flácido Domingo. No canté yo anoche, incluso peor que Sabina, después del partido aquello de "Infartando en la ribera del Manzanares los corazones", de ahí esta ronquera que tiene a mis dos gatas debajo de la cama. 
Siento demérito al escribir estas palabras pues están casi libres de aflicción, los 30 me han traído una felicidad respetada y respetable, con caricias taciturnas, amigos que no conocen la palabra felonía, un vaso siempre lleno y mercromina para las heridas de mis derrumbamientos. Sólo puedo disfrutar y preguntarme cuándo volverá la amargura a anidar en mi balcón. Entre tanto escribiré lo que he venido a escribir, una historia sobre derrota, o sobre victoria, juzguen ustedes mismos. 


Nuestro amor tuvo de todo; celos, gritos, pasión, vendas en los ojos, reconciliaciones imposibles, suicidios frustrados, tirones de pelo, envidias aterciopeladas, pezones bañados en cerveza, dolor, silencio, puñaladas, hasta que ella me cambió por la estabilidad que ofrecen los chicos con posibles y posibilidades. El roba-novias en cuestión era, ahora más, demasiado vetusto, demasiado coplero, demasiado merengue. Su llanto y una huelga de hambre que nunca fue tal, atrajeron la atención de la que pronto sería mi ex, dar pena en estos casos suele funcionar, a mí jamás me sirvió, será que mis lágrimas son invisibles para las vecinas que frente a mí bajan la persiana. 
Herido en mi orgullo, casi vilipendiado, lo único que yo podía hacer era retar al ladrón a un duelo al amanecer. Quien gane se llevará a la chica, le dije. Su sonrisa burlona aceptó mi desesperado desafío. 
Y qué manera de palmar, oiga, digna de las rayas de algunos colchones, cuando el juez gritó diez pegué la vuelta y tres balas acertaron con mi desvencijado cuerpo. La primera de ellas me atravesó el corazón, saliendo por mi espalda, con los agujeros que tiene mi corazón este proyectil se me antoja el menos doloroso. La segunda bala, esta mortal de necesidad, vino a parar a mi entrepierna, que desde entonces sufre continuos y precoces problemas, pregúntenle a mis amantes. Y el tercer disparo, hizo diana en mi hígado, éste fue más lacerante que ninguno pues el alcohol puede curar cualquier herida, mas si te dañan el hígado, ay, estás perdido. Ni tiempo tuve de hundir el gatillo, caí fulminado en el rocío de un césped a punto de despertar. 
La que desde ese instante sería para siempre mi amor robado tuvo dos deferencias para conmigo; una, llevar mi humeante cuerpo hasta la puerta de un hospital. Y dos, susurrar en mi oído antes de largarse a ser feliz sin mí, "Nunca te olvidaré". A estas alturas de partido seguro que ya formo parte de su amnesia, o no, vaya usted a saber, la memoria es tan lábil. 
¿Cómo me recupero de esta doctor? Muy fácil, hágase con el timón de un blog y escriba, escriba versos cortantes que mortifiquen a sus amores, verá si le curan las heridas del alma. 
En silla de ruedas llegué a mi casa para crear Relámpagos, y desde entonces aquí me tienen, escribiendo y escribiendo para tapar los balazos que afligen mi espíritu, cada entrada una sesión con la más prestigiosa psicóloga, la poesía. Pero no me hagan mucho caso, resaca y derrota son una mala combinación, hacen que desvaríe al escribir, posiblemente todo esto sea mentira, lo que sí es seguro es que si yo hubiera disparado antes usted no estaría leyendo estas palabras. ¿Victoria o derrota? Hemos venido a jugar, elijo la caja. 
Esta noche volveré a salir, mi hígado ya está curado, para brindar por toda esa gente de éxito que aprueba exámenes, recibe flores y medallas, derrochan felicidad en selfies casuales, se quita la camiseta al marcar el último penalti y ganan duelos al amanecer. Sois bienvenidos a este derrotado blog. 

       Marcos H. Herrero. 

Comentarios

  1. ¡Grande, Marcos!
    Es evidente que sobre nosotros los atléticos pesa una fatídica maldición -una vieja avara inmisericorde, a la que lo único que le interesa es su propia continuidad-, pero aun siendo náufragos que se ahogan en cada derrota, creo que somos más grandes que el mar que nos atrapa, porque los náufragos saben que se mueren y el mar no sabe que los mata.
    Ese retorno al pasado es tal cual lo dices. Me has recordado las palabras de una reconocida psicoanalista especializada en las relaciones de pareja que lo llama el “efecto diez minutos”. Un juego macabro que el tiempo entabla con nosotros y que nos hace sufrir una pérdida o un fracaso, diez o veinte años después, como si solo hubieran pasado diez minutos. Porque el tiempo se vale de los detalles más triviales para devolvernos a esos diez minutos exactos, sin avisarnos, y resucitar todos los anteriores fracasos que han sellado nuestra vida con su siniestro estigma.
    Un fuerte abrazo, Marcos.

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    1. "Hay una cierta dignidad que el vencedor nunca podrá conocer." Creo que fue Mario Benedetti quien lo digo. Amo esa capacidad que tenemos los perdedores de reinventarnos y huir a duras penas de depresiones y muertes supitañas, esos diez minutos que traen desventura y fracaso desde un pasado no tan lejano, recordándonos lo que una vez perdimos para siempre. Si el Atlético no hubiera palmado de la manera agónica que lo hizo, no sería mi equipo. Aquella vieja canción de Sabina, "Nacidos para perder". Un abrazo Karima.

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