La última flor de la primavera.





La naturaleza revive cada año con la primavera, engalana a todas sus criaturas con el único objetivo de seducir, los perros son guiados por los invisibles caminos del olfato, las gatas regalan caricias y posturitas, empiezan a aparecer las primeras minifaldas, los primeros escotes, salir a la calle se vuelve un ejercicio de piropeo contenido, abundan achúses y picores por árboles en flor, los sentidos se tornan más sensibles, y más fragante el perfume de tu cuello. ¿Y los poetas? Qué decir de los poetas, pues que suelen robarnos el mes de abril y sólo podemos escribir historias ajenas sobre el amor y la primavera. 


La adolescente de faldita escocesa que
inocente, repintada y almizcleña,
entra en un coche aparcado en lo oscuro.

Los amantes paseando por un París
lleno de frío y de turistas ajenos a sus besos.

La lluvia que moja el anillo de una joven divorciada.

El honrado padre de familia que busca
entre las estanterías indecorosas del sex-shop,
un vibrador sonoro y cómplice
que lo sustituya en las noches maritales
y haga lo que él ya no puede hacer con su mujer.

La madre que espera de madrugada al hijo díscolo.

El viejo cascarrabias que ya no recuerda
los juegos de una juventud feliz.

Las ojeras de un oficinista que toma otro café,
arancel taxativo de la doble vida.

Los imberbes que traspasan por primera vez
el umbral de un club de carretera,
como una amalgama de sentimientos
que resbalan por la barra de la que
se descuelga la striper más cara del local.

El poeta regalando a una ingobernable musa
la última flor de la primavera.

Una chica que busca palabras en un blog
sabiendo que nunca más nadie escribirá
un verso sobre su efímera belleza.

El niño onanista que en la oscuridad de un baño
fantasea con unas tetas satinadas
de una revista abandonada por su hermano mayor.

Las ventanas abiertas de las viejas pensiones
por donde se ve un mundo más ajeno.

Alguien llora al lado de una inamovible tumba.

El hijo que reconoce a su padre
en un cuadro de Inocencio X.
El padre analfabeto que nunca sabrá
quien fue Velázquez.

La sombra que proyectan las farolas
en los canallas que huyen a medianoche
de las fotos de su infancia.

El actor porno que llega solo a su casa
y ruega por una caricia off the record.

Algunos lo llaman amor, otros poesía,
todos vivimos bajo su torbellino,
dirige nuestras acciones, tiene un precio
y siempre, siempre trae dolor.


         Marcos H. Herrero.


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