Cervantes dies.



Sentí envidia cuando David Cameron pronunció aquel discurso en la noche de reyes, qué gran obra, sobre Shakespeare. Aquí en España nunca pasará algo así, ningún mandatario ha osado aprender del mayor escritor de todos los tiempos, la mayor cualidad que tiene un presidente del gobierno es hacer mejor a su predecesor, todos son analfabetos. A los que piensen que me paso de taxativo con mis afirmaciones les digo que don Miguel es el escritor por excelencia y no Shakespeare, del que ni siquiera sabemos si sus obras las escribió él o Edward de Vere, decimoséptimo Conde de Oxford, en guerra andan algunos historiadores ingleses con el tema, yo diré que tal vez una sola vida no dé para crear a Otelo, Julieta, Laertes, Macbeth, Hamlet. En fin, que con Cervantes eso no pasa, ningún condesito molesta sus escritos, ¿quién carajo querría ser el arruinado padre de un personaje loco e inabarcable que se ríe de todo el mundo? Bofetón al lector casual, a la España cerril e inculta que poco o nada ha cambiado desde que don Quijote iniciara una plática sublime con Sancho. La miseria de Cervantes le otorga una belleza más alta, algo que nunca conocerá el mimado de Shakespeare. Sobre la segunda afirmación juzguen ustedes mismos, en materia de gobernantes siempre vamos a peor, por eso este año en Inglaterra hay centenares de homenajes al inmortal bardo, fuegos artificiales, pompa, gente en los teatros disfrutando de un patrimonio cultural inquebrantable, actividades, organización, sentimiento, y el discurso de un primer ministro que ama y está orgulloso de su cultura. En España, sin embargo, cuesta acordarse de Cervantes, hay pocas y desorganizadas actividades, el gobierno en funciones ha vilipendiado nuestra cultura, Rajoy prefiere leer el Marca antes que un libro en condiciones, el caprino y vil Montoro olvida en los presupuestos del estado el cuarto centenario de la muerte del autor más grande de todos los tiempos, y para colmo de males hace dos días suben a un actor engolado a la tribuna del congreso haciendo chistes fáciles y creyéndose Cervantes; estará bien, no digo yo que no, pero a mí me ha dado vergüenza, todo un insulto a la inteligencia, ah, y Rajoy no estaba, por supuesto. 

¿Qué contar de Cervantes que no haya escrito en este blog? Podría escribir sobre su vida anterior a todo, esa etapa oscura cuando aún conservaba su mano izquierda y era camarero al servicio del cardenal Acquaviva, allá en la ciudad eterna. Llegó a Roma escapando de la justicia pues había matado a un hombre con su espada, corría el año 1570 y el papa Pío V, que en un alarde de ideología contrarreformista expulsó a las putas de Roma, formaba la "Liga Santa" para frenar el avance turco por el Mediterráneo. Cervantes, ávido de espada y gloria, se enroló en los tercios viejos que comandaba don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II. 
Una vez estuve en la capilla Sixtina, no paraba de pensar que cuando el pintor Daniele da Volterra tapaba los pitos de las sublimes figuras de Miguel Ángel, otro Miguel, apellidado Cervantes, vagaba por las calles de la misma ciudad buscando inspiración y batallas donde quedarse manco. Lo demás es harto sabido, hasta el día que murió pobre y diabético el 22 de abril de 1616, sí, el 22, no el 23, lo mismo que Shakespeare que murió el 3 de mayo pues los ingleses en esa época se guiaban por el calendario juliano. 
Como todo en este mundo tiene solución, un gran artista puede recuperarse de una simple muerte, por eso David Cameron cacarea que Shakespeare vive, no pasa lo mismo con el genio de Alcalá de Henares, España lo dejó morir y ahora cree que con escasos y vergonzosos homenajes podrá resucitar. Cervantes muere, y si levantara la cabeza y viera a un cutre actor imitándolo en la poltrona del congreso volvería a morir, esta vez de vergüenza. 

En cuanto a los libros poco puedo contar ya, todas las preposiciones valen; en ellos he viajado, con ellos he viajado. Si no tuviera una biblioteca en casa posiblemente estaría en la cuneta, muerto quizá. Son mi orgullo, mis amigos, me han visto llorar, han curado mis heridas, entre sus páginas sopla un viento que borra enfados y malas decisiones, me hicieron reír en temblorosos despegues y cada día aprendo algo de ellos. No concilio el sueño sin leer unas líneas, en la noche de mi habitación aparecen Joyce, César, Proust. Aparece, con ropas andrajosas, el mismísimo Cervantes. 

- ¿Por qué no escribes en Relámpagos mi prólogo de Persiles si tanto te gusta?- me preguntó hace tres noches. 

- No quería ofenderle maestro. 

- Haz lo que a vos os guste, a mí bastante me han ofendido ya. Mi letra es de taberna, no de palacio. 

Desperté sudando y aún entre el mundo de los vivos y el de los sueños fui corriendo a mi escritorio, abrí el libro de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, y me puse a transcribir su prólogo. La mayor prosa jamás escrita expuesta en un blog patético. Este es el regalo que le hago a la poca gente que me lee. Vale. 

          Marcos H. Herrero. 


Sucedió, pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales; verdad es, no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla. 
Llegando a nosotros dijo:
- ¿Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su ilustrísima de Toledo y su majestad, ni más ni menos, según la priesa con la que caminan?; que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez. 
A lo cual respondió uno de mis compañeros:
- El rocín de don Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo qué pasilargo. 
Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo a asirme de la mano izquierda, dijo:
- ¡Sí, sí, éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente el regocijo de las musas!
Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto su valona, le dije:
- Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta de camino. 
Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más, y con paso asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento, diciendo:
- Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará todo el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna. 
Eso me han dicho muchos -respondí yo-, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado. 
En esto llegamos al puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó al entrar por la de Segovia. 
Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos ganas de decilla, y yo mayor gana de escuchalla.
Tórnele a abrazar, volviéndose a ofrecer, picó su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía. 
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

     Miguel de Cervantes. 


Comentarios

  1. Tienes razón Marcos, a veces da vergüenza propia vivir en este país, en el que leer un libro no sólo no está de moda, si no que cada vez es más la gente que se siente orgullosa de no leer nada en su vida. El desprecio en este país por la lectura y por la cultura es cada vez mayor.
    En cuanto a tu entrada, te agradezco que nos recuerdes lo maravilloso que era Miguel de Cervantes, es un gran homenaje el que le haces, escrito con gran acierto y frescura, sarcástico y sincero. De nuevo, nos sorprendes a los que te leemos.
    No dejes de escribir. Un abrazo Marcos.

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    Respuestas
    1. Un placer leer tus palabras, así como una motivación. Lo cierto es que preocupa el trato que está recibiendo Cervantes, sobre todo desde las altas esferas. Menos mal que los aprendices de poeta siempre tenemos palabras para honrar su memoria. Gente, como tú, que tiene El Quijote en la mesita de noche. No todo está perdido. Un beso.

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  2. ¡Ay las conjunciones adversativas!... Entiendo tu vergüenza propia.
    Mr. Anónimo

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