El trampero y su bella venganza.



Esta entrada está libre de Spoilers. 

Y cuando crees que nada que proyecte ese rayito de luz que atraviesa la sala oscura para chocar en una pantalla blanca te puede sorprender, viene Iñárritu con su virtuosismo, con su grandilocuencia y convierte El Renacido en una experiencia única que deja los ojos lechosos. 
Hacía muchísimo tiempo que no iba al estreno de una película, estreno en mi ciudad significa ir a la primera sesión, 5 o 5 y media, de un viernes cualquiera cuando ya medio mundo ha tenido oportunidad de verla, pero esta vez merecía la pena, y tanto, escapar de las obligaciones que acarrean las tardes que huelen a fin de semana, así que tras un café cargado y un vistazo a la prensa cada vez más fullera, llegué al estreno casi vacío de una película magnífica. 
Después del sabor agridulce que me dejó Tarantino con sus ocho, (los dientes de Samuel L. Jackson chirrían) mis esperanzas estaban puestas en otro Western, éste* sí de verdad, sobre un trampero llamado Hugh Glass que sobrevive al ataque de una osa grizzly e intenta consumar vendetta sobre los tipos que lo abandonaron. Poco puedo escribir sin desvelar sobre la trama. Lo demás es talento que roza la arrogancia; los planos secuencia sublimes, el sonido, la respiración, esa luz natural (bravo) que ha conseguido Emmanuel Lubezki, el paisaje salvaje y la escena del ataque de la osa que para mí es una de las escenas más asombrosas que he visto en mi vida, técnicamente impecable. 
El Renacido emana poesía, hiperrealismo, instinto primitivo. Es visceral, cruda, (nunca mejor dicho) brillante. Leonardo DiCaprio se sale, ya tiene el Oscar, y el villano Tom Hardy lo borda por una cabellera, ¿otro Oscar? En sus fotogramas hay versos que aún no se han escrito, Dios es naturaleza, se acerca a la belleza de Terrence Malick, y desempolva un poquito el misticismo (inipi) de los primeros habitantes de una tierra virgen y abundante, indios que fueron exterminados por el hombre blanco. 
Algunos la tachan de pretenciosa, sí claro, qué arte no lo es, mírenme a mí, sentado al borde de la cama, con las imágenes aún calientes en mi cabeza, escribiendo, antes de dormir, unas palabras a una película bella hasta la arcada para ponerlas en un blog desbarrancado. Toda manera de componer arte es pretenciosidad. 
Vayan al cine malditos, admiren la luz más poética que puede colisionar contra una pantalla, pongan a prueba su sensibilidad y déjense arañar por la garra de una osa, aunque duela les recomiendo la experiencia. 


*Yo acentúo los demostrativos que funcionan como pronombres, que se joda la Real Academia. 

        Marcos H. Herrero. 



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