Pena.




Que no pueda escribir todos los días,
que el papel rechace mis palabras,
que este Relámpago viva huérfano de rima,
que las musas no sepan donde vivo;
es una pena.

Es una pena no ser más inteligente,
no aprovechar los talentos,
                   a menudo malgastados
de estas tardes invernales,
ni los charcos que deja la lluvia
donde se reflejan las letras de un cine
o el lento vaivén de los árboles desnudos.

Que cueste tanto dinero un libro,
una entrada de teatro, de ópera,
ver La fragua de Vulcano,
bailar en un concierto.
Que las casas de los poetas estén en venta
o deshabitadas de jóvenes literatos.
Messi antes que Cervantes,
cualquier poeta después que Belén Esteban.
La incultura, la incultura es una pena.

Porque dan pena los políticos, la televisión,
esos tópicos donde nos quieren encajar,
el estúpido americano y sus armas,
las subvenciones, casi siempre, a los de siempre,
el arribismo, las banderas después de la batalla,
los hijos de la gran puta
que hacen daño a los animales.

La pena fue que
tardaras tanto en llegar aquella tarde,
y que yo, harto de mí mismo,
vomitara un feo poema,
que no arreglará el mundo, pero sí
hará pensar a quien lo lea.
Y si no, pues será una pena.



            Marcos H. Herrero.

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