Derrota (III)


  " Los que pudieron ser y no han querido". 

             Benditos malditos II
                        

Nunca me gustó ser quien soy (¿a alguien sí?). Esta cabezonería hacia la derrota a menudo se hace insoportable. Sepa usté que yo no pierdo porque existan novios mejores, preferibles, o escritores más brillantes, o trabajadores mejor cualificados, más competentes. No los hay. Yo pierdo porque me gusta. La situación de abandono y soledad (¿se acuerdan del poema?), de fracaso y caída me hace sentir vivo. No le agarro la gracia a ese invento del hombre llamado felicidad; tener casa, coche, suerte, amante, cortar el césped del jardín los domingos por la tarde, sonreírle al éxito, dormir sin desvelo en una cama desmesurada, ser el primero de la clase,  para mí, no merece la pena. Podía haberlo hecho mejor la verdad, mas no, amo el desastre. Prueben ustedes, abandonen a su pareja, derramen lágrimas en el andén, voten a Syriza para rehabilitar la famosa tragedia griega. Caminar por el alambre es divertido e incierto, tal vez imprudente, pero ofrece más latidos que hacerlo en tierra firme. Llenar las venas del vértigo que nos emboba hacia la caída es fantástico, y ya no digamos si saltamos sin alas ni paracaídas. 
La niña que ahora me prepara la cena me va a matar cuando lea esto, y para no llevarme un bofetón cuando llegue a casa, diré que; tal vez esté exagerando un poco, perdonen, últimamente ando un pelín turulato. 
Como en todas las entradas de derrotas escribo alguna historia sobre lo obvio, ahí van unas cuantas para hacer de esta letra algo que merezca el vaivén de tus ojos. 

En esto de internet siempre pongo como pseudónimo o en el correo el nombre de Dupin. Lo hago en honor al chevalier C. Auguste Dupin, alter ego de uno de los escritores más derrotados de todos los tiempos: Edgar Allan Poe, donde se consagra todo el romanticismo de este mundo. Su vida fue un escándalo, una caída tras otra. Dueño de una inteligencia suprema y de un alcoholismo todavía mejor, escribió los mejores cuentos que se han escrito hasta la fecha, pero no quiero novelar sobre sus cuentos, léanlos, son esenciales, portentosos, perfectos, quiero escribir sobre sus anécdotas más desquiciadas.
Quedó huérfano a los tres años, sus padres fueron actores de teatro, irlandeses emigrados a América allá por 1800, también tuberculosos. El escritor más pobre de todos los tiempos, en su juventud quiso alistarse en el ejército de Polonia, en guerra contra Rusia, y su petición, como casi todo lo que hizo en vida, no tuvo éxito. La primera mujer de la que se enamoró fue Mary Devereaux, vecina de Baltimore donde Poe vivía con sus tíos. Mary lo describe: "Mr. Poe tenía unos cinco pies y ocho pulgadas de estatura, cabello oscuro, casi negro, que usaba muy largo y peinado hacia atrás como los estudiantes. Su cabello era fino como la seda; los ojos grandes y luminosos, grises y penetrantes. Tenía el rostro completamente afeitado. Miraba de manera triste y melancólica. Lo más encantador en él eran sus modales. Era elegante. Cuando miraba a alguien parecía capaz de leer sus pensamientos. Vestía siempre una chaqueta negra abotonada hasta el cuello... No seguía la moda, sino que tenía su propio estilo. Mr. Poe no valora las leyes de dios ni las humanas." Tanto es así que a un tío de Mary le dio de latigazos por oponerse a su noviazgo. La familia de Mary contestó dándole una paliza a Poe y desgarrándole las vestiduras, y así, desnudo y apaleado apareció ante Mary para tirarle la fusta a los pies, "Toma, te regalo esto."
Celoso, posesivo, atribulado, acabó casándose con su prima Virginia Clemm, de trece años, él veinticinco, ¿no se les hace romántico? Ya al fin de sus días, cuando estaban arruinados y Virginia moría de tuberculosis, Poe, con la venas hartas de láudano, le escribe una carta: "Mi corazón, mi querida Virginia. Confío en que la entrevista que debo sostener será beneficiosa para nosotros... Hubiera perdido yo todo coraje si no fuera por ti, mi mujercita querida... Eres mi mayor y mi único estímulo ahora para batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata... Que duermas bien y que Dios te dé un agradable verano junto a tu devoto Edgar." Me hace llorar.
Pero el culmen del romanticismo ocurre en Washington; donde Poe llega para reunirse con sus mecenas, quiere publicar una revista literaria, nacional. Sus productores consiguen una entrevista con el presidente de Estados Unidos, así como varias conferencias que dieran suscripciones para la revista. Antes de entrar en la Casa Blanca, nuestro escritor toma unas copitas de vino y, ebrio, decide que quiere entrar en el despacho oval con la capa del revés, que verás qué risas se echaría con el presidente, creo que por aquél entonces era John Tyler. Sus amigos escritores, ante la cabezonería borracha hacia la derrota de Edgar, lo meten en un tren de vuelta a Filadelfia. Los que pudieron ser y no han querido. Se me hace maravilloso, el mejor escritor de América ante la Casa Blanca con la capa del revés, ¿puede haber algo más brillante?
Sin fracaso no existiría el arte. Los cuadros de Van Gogh son mucho más borrosos sabiendo que se cortó una oreja para dársela a una puta, que la rechazó, por supuesto. Así como los corridos y rancheras de José Alfredo, otro borracho irredento, amor y tequila, el de: " No vale nada la vida/ la vida no vale nada./ comienza siempre llorando/ y así llorando se acaba./ Por eso es que en este mundo/ la vida no ve nada." Que en su lecho de muerte, cirrótico perdido se enamoró de una niña de quince a la que le compuso Yo debí enamorarme de tu madre. ¿Qué sería del mundo sin nosotros, los artistas que nos sonamos los mocos con el pañuelo del porvenir? 

Mi juventud fue terrible, me echaron de todos los institutos de esta derrengada ciudad, de aquél tiempo rescato a dos o tres amigos que me acompañaron a tal grandioso desastre. Uno de ellos se llama Israel, flaco, mosquetero, de nariz flamenca y pies bailones, entoquillado, lenguatón. Tenía un Opel Corsa de cuatro velocidades, con el cenicero lleno de condones, por donde pasaron las mejores chicas de mi pubertad. A todas se las llevaba, y mira que era feo. Se le juntaban novias en la misma discoteca y a todas las satisfacía. Cuando ya no podía más iba delegando poderes en sus amigos, a mí siempre me tocaba lo mejor de las migajas de sus orgías, pues era su mano derecha, y en medio del barullo se acercaba alguna chica compungida, harta de la verbigracia de Israel que decía: "¿Tienes coche? Venga vámonos." Entonces yo, iluso, descreído, me despedía de Israel que en el abrazo me daba algún consejo de cómo tratar a la desechada dama: "A esta niña (decía "esta niña" porque jamás se aprendió el nombre de sus conquistas.) le gusta que le muerdan los pezones" o "métele el dedo por el culo mientras te la follas, le encanta."

Isra, no seas marrano, que éste es un blog serio. -

Pero qué cochino es este chico. Una noche, en una calle abarrotada, se sacó la pilila y empezó a orinar conforme iba caminando y dando palmas, casi mea a cientos, tuvimos que hacerle un pasillo en mitad de la calle para que pasara con su cante y su micción. Él es así. El caso es que yo siempre seguía sus consejos de amor, que funcionaban a la perfección. ¡Hay que ver lo que enamoraba el tío! Un día escribiré un libro contando todas sus aventuras, me haré millonario, sólo con que lo compren todas sus amantes... Será la única forma de cobrarme todo el dinero que le presté en años. Y preguntará el lector, las lectoras no, no llegan a este punto del tirón, mi gran sintaxis e Israel habrán hecho que se estén tocando en el baño. Seguro que este personaje es dueño de una mansión Playboy o algo de eso. ¡Qué va! Hugh Hefner no le llega a Israel a la suela de los zapatos, sus conejitas son acomodadas marionetas, las de mi amigo panteras, fieras salvajes. Hasta que dio el paso y saltó entregado al vértigo de la derrota. Y ahora tiene dos hijos, que apuntan maneras, una mujer gorda y retraída, y una pensión no contributiva de 400 euros al mes. Con eso viven los cuatro. Tuvo oportunidades, grandes empresas se lo rifaban por su labia, pero las rechazó a todas. El éxito no es para nosotros, por eso yo no publico libro, sería desastroso dar conferencias, presentaciones en librerías... Rechazar el Nobel. 

Derrota de amores que no se olvidan, derrota de las siete de la tarde, cuando los rayos casi apagados del sol brillan dentro de mis lágrimas. Derrota en los dados de un casino, en un cigarro abrasado, en la amarga pero necesaria soledad. Curva cerrada, sangre en el río, cordones desatados, deletérea seducción. ¡Abajo el éxito y la fortuna! ¡Arriba el fracaso y la decepción! 

           Marcos H. Herrero. 

Comentarios

  1. Marcos, los mejores artistas y poetas nunca fueron aclamados en su época. Para ellos vivir en la derrota siempre fue un estilo de vida, pero sin duda, han sido los mejores. Toda derrota tiene su lado romántico que a algunos nos atrae y nos seduce y todo escritor que se cree un genio desde luego no lo es. Así que, no te rindas Marcos, los grandes poetas sufren grandes derrotas, si no, no tendrían sobre qué escribir. Un gran abrazo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Tormenta de mayo.

Al arte que me ha dado tanto.

ESCRIBIR UNA PRIMERA NOVELA Y EL RUIDO QUE NOS SEPARA.