El arte de dar una buena hostia.





Este combate no se asemeja en nada a lo que quiero contar. Me gustaría escribir sobre boxeadores fracasados que se suben al ring por última vez, luchadores que se derrumban en la lona sobre un charco de babas y sangre, como Brad Pitt en Snatch cerdos y diamantes, o en su caso Bruce Willis que huye después de un pugilato, estafando al mafioso de Pulp Fiction, pero ésta es la pelea del siglo y aquí el fracaso brilla por su ausencia. 

En una esquina tenemos a Floyd Mayweather jr. (El que va a ganar, el malo). En el ring es una bestia, pura magia. Tiene una defensa brillante y los jueces de su parte, se mueve con una chulería como de boxeador que ha ganado todos sus combates y apenas tiene cicatrices. Fuera del ring es lo peor; cuenta billetes encima de la cama, farda con sus joyas y coches y relojes (por encima del millón de dólares la pieza). Estuvo en la cárcel seis meses por pegar a su mujer, igual que su padre, que también estuvo preso por tráfico de drogas. Cuentan que en un tiroteo con el tío de Floyd, su padre puso al niño, poco más que un bebé, como escudo humano, hirieron a Mayweather senior en la pierna. Hoy todos tan amigos, el padre entrena al hijo y el tío ayuda en las labores. ¡Cómo no va a ganar! Si de pequeño esquivaba balas. A mí me gusta esa prepotencia desajustada del que se sabe el mejor, pero quiero que gane el bueno.  

En la otra esquina, Manny Pacquiao (el que va a perder, el bueno). En este boxeador hay más fracaso, pero nos tenemos que remontar casi 25 años, cuando Pacquiao era un niño filipino y muerto de hambre, como tantos otros, y peleaba por llevarse algo a la boca. A diferencia de los niños que mueren de inanición día a día en el mundo, Manny salió adelante, ganó lo imposible y el fracaso le olvidó. Ahora se sube al ring por 80 millones de dólares, hace política en su país y además es cantante y mojigato, siempre le está dando gracias a Dios: "Gracias Señor por el entrenamiento, gracias por el sol, por los pájaros y por estos 80 millones de dólares, que no merezco pero que trinco.".
Su forma de pelear es brutal. Zurdo capaz de llenarte de bilis la garganta, más atacante que defensivo, la última vez que se subió al ring, Márquez lo mandó inconsciente a la lona. No está tan subidito como su oponente, casi todo el mundo quiere que gane Pacquiao, mas no va a suceder, ojalá me equivoque. 

Yo no soy un buen boxeador, encajo más que pego, mi cadera ya no funciona ni en la cama (alguna puede dar fe de ello), siempre estoy contra las cuerdas sin protector bucal, como en el amor, donde tantas mujeres me dejaron escupiendo dientes a la lona, sin embargo, siempre me levanté, aunque el árbitro acabara de rezar la cuenta y el público abucheara por la escasez de rounds. Esquivar los golpes de la vida es mucho más difícil que encima de un ring, fijaros, ahora tendría que estar escribiendo sobre Lampedusa, sobre la tragedia de Nepal, pero duele tanto, tantísimo, que he pensado escribir sobre boxeo, para que podamos esquivar tanto dolor, y dejar de preguntar por qué los nudillos de Dios se clavan en la gente más necesitada, es decir, que otra vez vuelvo a estar KO en este cuadrilátero que es la vida. 

Tomen sus propias conclusiones, o decisiones, yo qué sé. El sábado me encontrarán en un bar trasnochado viendo el dichoso combate, probablemente me ponga borracho, por aquello de sacudir la impotencia de vivir en un mundo periclitado. Para acabar por el principio, decir que espero escribir un relato sangriento sobre poetas, fracasados, que se meten a boxeadores y que con la cabeza en el piso piensan en esa mujer que se ha largado para siempre. 

      Marcos H. Herrero. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tormenta de mayo.

ESCRIBIR UNA PRIMERA NOVELA Y EL RUIDO QUE NOS SEPARA.

Al arte que me ha dado tanto.