Acto de rebeldía.






Los libros me salvaron la vida tantas veces, a través de ellos aprendí a ser paciente y menos soberbio, a tener más calma. Me llevaron a lugares donde nunca he estado, donde nunca estaré. Con Ventanas de Manhattan paseé por un Nueva York apodíctico. Con El fuego secreto me emborraché en un bar de Medellín llamado Miami, bailando al ritmo de un traganíquel ruinoso y compartiendo vaso con maricones, Papas, marihuanos, militares, políticos. Esquivé balas soviéticas en las trincheras de Leningrado, con la olvidada División Azul; Me hallará la muerte, así como balas nazis en Stalingrado; Vida y destino. Vi monstruos en los jardines de Bomarzo acompañado por Pier Francesco Orsini, un enano jorobado e inteligentísimo, antecesor de otro contrahecho que sale por la tele (Tyrion Lannister no le llega ni a la suela del borceguí a Francesco Orsini.). La casa de hojas me aterrorizó. Descubrí quien permanece en pie sobre un golpe de estado en Anatomía de un instante. Calenté mis manos en la chimenea del 21b calle Baker, mientras averiguaba quien era el asesino. En otra chimenea, la de Los crímenes de la calle Morgue, quedé estupefacto. Los Capitanes intrépidos me enseñaron que el mar lo cambia todo y cien años se quedaron cortos de soledad. Hasta vi el infierno en interminables versos de La divina comedia. 
Los libros curaron las heridas de una vida baja, analfabeta y sin posibilidades. Fueron y son mi mayor acto de rebeldía. ¡Cuántas veces dejé a profesores, catedráticos y bohemios sabiondos con la boca abierta! Yo, que me tuve que sacar el graduado por el nocturno, y ni siquiera fui a clase. 
Todo está en los libros, mi vida gira alrededor de páginas escritas. Historias de aeropuertos y aviones con retraso, de dormir en parques y estaciones de autobús, de enemigos que son más interesantes cuando leen. Un ejemplo: estamos en la planta con más muerte del hospital, una mañana de octubre, el sol se ha levantado harto, las hojas de los árboles se agitan en su despedida, el pasillo cobija inquietud y desesperación. Un libro, responde. La persona que más amo en este mundo, cuando está cerquita de las puertas del cielo, va y a mi pregunta de que si necesita algo, ella contesta que un libro. 
Hoy amo la palabra escrita y lloro al pensar en el delirio de don Rufino José Cuervo, el mayor de los gramáticos, que quería enchiquerar el idioma en el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, una obra interminable, igual que el libro que un día escribiré, traducido a mil idiomas y con el que me alzaré con el premio Nobel de literatura, que no pienso recoger, por supuesto. 
Sin libros las conversaciones serían vulgares, caeríamos en una mundanidad televisiva. ¿Quieren cambiar el mundo? No voten a Podemos o Ciudadanos, son escoria, denles libros a los niños de los suburbios, así como la capacidad para comprenderlos, cuando uno de esos niños llegue arriba, el mundo cambiará. Cuando la cultura juegue en los parques del arrabal, este planeta dejará de girar insomne sobre sí mismo. 
Así que deja de leer estas gilipolleces y compra un libro, un libro bueno, que te saque de los días grises y de las fotos de platos en restaurantes, a nadie le interesa saber lo que has comido ni dónde has estado. ¿Qué haces con ese ridículo palo de selfies, petimetre? Suéltalo ya y agarra un libro, por caridad, hacia ti. 

     Marcos H. Herrero. 

Comentarios

  1. Cuánto hacía que no leía esta entrada. Perfecta para un día de lluvia como hoy. Gracias por recordármela y por seguir haciendo el esfuerzo de escribir.

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