Norma Jeane.



Benditas sean las rubias calentonas
que se bajan las bragas con cualquiera. 

Benditos Malditos VIII. 





La tentación vive arriba, es atrevida y cambió su pijama por unas gotas de perfume del caro. Se llama Norma Jeane, colecciona hombres de usar y tirar, va ya por tres maridos, trabaja donde quiere, a veces hace de modelo, moviendo sus portentosas caderas, otras canta bajito, sensual, pero lo que más le gusta es actuar en el cine, aunque se olvida los guiones y llega tarde a los ensayos, no, no, no se vayan a creer que es tonta, ni mucho menos, supera a Einstein en coeficiente, ella, sólo se hace la tonta, por despistar, por tomarnos el pelo a los simples mortales. Una vez le hicieron una foto en un parque sosteniendo el Ulises de Joyce por sus últimas páginas, libro que yo ni siquiera me he atrevido a sacar de la estantería que tengo a mis espaldas, ella dice que lo leyó y que le gustó mucho, yo me lo creo, a fin de cuentas estoy enamorado de su belleza, ya saben, los caballeros las prefieren rubias. 

Si ella está en la ciudad y usted pretende llevar a su amante a la suite presidencial de algún hotel, sepa que no podrá, allí duerme Marilyn y su perfume, entre sábanas de seda. Queda avisado, si decide hospedarse en el mismo hotel, ya en una habitación corrientita, sin nombre, con números de tres cifras, y se levanta a media noche para ir a por más hielo, si por casualidad se la encuentra en el pasillo, con su vestidito blanco, de aparición, no la mire a los ojos o lo enamorará, le partirá el corazón mucho antes de que se dé cuenta, querrá seguirla y su amante quedará abandonada, semidesnuda, esperando hielo para su copa cada vez más caliente. 

Por las tardes va de compras, con gafas oscuras y un exquisito pañuelo en el pelo para que nadie la conozca, pero siempre alguien se fija en ella, entonces la multitud se agolpa a su alrededor, la ciudad se paraliza al grito de ¡Marilyn Marilyn! Los hombres le ofrecen sus camas, las mujeres quieren parecerse a ella. Norma Jeane aguanta lo que puede con una sonrisa que delata inseguridad, o tal vez su sonrisa sea la antesala de un ataque de histeria. Baja la cabeza ante el barullo, entonces un miembro de su séquito la agarra del brazo, aparta a los fans y guarda a Marilyn en una limusina, como una muñeca de vuelta a su caja, entre flashes, como una atracción de una ciudad insomne, justo antes de un ataque de histeria. 

Por la noche, y después de unas cuantas pastillas que aplaquen el pánico, la inseguridad y los semáforos, nuestra diva sale a hacerse la golfa, a dejar que el viento sinvergüenza de Manhattan levante su falda. Rayana en el vértigo se mueve por todas las fiestas de la alta sociedad, juguetona, esquivando periodistas, llevando con elegancia un cigarrillo a sus tiernos labios. Incluso un mal día enamoró al presidente de Estados Unidos y al santurrón de su hermano. Las malas lenguas dicen que la trataron mal, porque como buenos católicos tenían esposas y affaires varios. Se deshicieron de ella por el bien de su carrera política. ¡Malditos políticos! ¡Malditos Kennedy! Hiciste bien Lee Harvey Oswald. 
Dicen que dicen que al poco tiempo Norma Jeane se suicidó por falta de cariño, o que la mataron porque sabía demasiado, yo no me lo creo. Unas cuantas pastillas no matan a una diosa, y cuanto menos un vulgar agente secreto. Ella sigue viva, disfrutando de su glamour, impúdica y furtiva. Una noche creí verla sentada en una acera de la quinta avenida, harta de sortilegios, desastrada, esperando que alguien que no fuera su marido, un príncipe quizás, la levantara para ponerle una chaqueta sobre sus hombros, para acompañarla a casa y hablarle de literatura, de películas que no fueran las suyas, podrían acabar en un motel sórdido, escondido, pasar allí la noche, entre sábanas de franela, sin perfume del caro. También puede que yo no viera su figura, que al igual que Norma Jeane, me haya inventado un símbolo sexual que consuela a hombres abandonados, a aprendices de escritores, como yo, que fantaseamos con ella en el sueño sexual de una mañana de verano. 



Sensible forastera en este planeta,
bañista perdida por la playa. 
Dueña de la mancha en mi bragueta
si con cariño se pasa de la raya. 

Isla a la que nunca naufragas,
defecto excelso que provoca sofoco,
quebranto cuando desfagas
cualquier motivo para decir tampoco*. 

Benditas sean las bragas
de una rubia con falda cortita y a lo loco.



*Los amores, después de negar algo, usan "tampoco" para volver a negar otra petición. Si su amor es callado y dice sí a menudo, puede utilizar "tan poco". 

   


    Marcos H. Herrero. 


Comentarios

  1. De aprendiz de escritor, nada. Hágame usted el favor, D. Marcos.
    Ya eres un grande, pero todavía no lo sabes. Un día lo descubrirás y me dirás. Te comenté en una ocasión que siempre que acababa la lectura de tus entradas, me quedaba literalmente muda pensando ¿Y ahora qué digo yo para no estropear la magia de sus palabras? No se puede escribir más bonito. Además con un guiño al gran Sabina y unas fotografías sublimes que acompañan tus letras (tienes un gusto exquisito y las fotos en blanco y negro son magníficas). Así que de aprendiz, nada de nada.
    Me gusta que la hayas llamado por su nombre, porque ella era mucho más que Marilyn. Brigitte Bardot dijo un día que estando en Londres, pudo coincidir con ella (el único encuentro que tuvieron las dos divas) y que en 30 segundos quedó seducida por su dulzura y su elegante fragilidad. Hasta Montand caería rendido a sus pies. Única e irrepetible, la pobre Norma Jeane. Ahora llaman icono de la feminidad a cualquier cosa estrambótica.
    Un abrazo fuerte.

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    1. No estropeas nada Karima, todo lo contrario, tus comentarios engrandecen mi letra. Pues la verdad es que no conocía ese dato, me parece genial. Tienes toda la razón, hoy por hoy la feminidad está confundida. Sólo hay que ver algunos personajes públicos. ¿Ves como engrandeces las entradas? Muchas gracias por tu ánimo y por estar siempre aquí. Un abrazo fuerte.

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