México en piyama.



Enciendo otra vez la luz del reloj de la mesilla, tres quince, los minutos no avanzan. Me muevo incómodo debajo de las sábanas, el fulgor de luna se cuela por las rendijas de la persiana, choca con el edredón agujereándolo por momentos, Sabi duerme y parece que el camión de la basura llegará con retraso a la acera de enfrente. Luz de reloj, tres diecisiete, el tiempo se vuelve denso en las noches insomnes. Llevo dos semanas sin escribir una palabra, es mucho, no hay besos, ni furia, ni relámpagos que me lleven lejos de aquí, el vértigo me impide perseguirte por los tejados y ahora he de pensar en una escena lejana, un sueño de ojos abiertos que permita calmar los nervios de días faltos de inspiración. Mi espabilada narcosis proyecta imágenes en las paredes, historias inventadas, o no tanto, que algún día escribiré, cuentos de caballeros galopando a banderas desplegadas por la Andalucía de los valientes Abencerrajes, poesías de balandros mecidos por el mar que un tímido niño con granos recita para seducir a su vecina, relatos de autobuses remotos y amarillos que dejan a párvulos en la escuela, o a jóvenes incautos en perdidas bases militares. 
Una musa se traza en el techo, brumosa, sugestiva, inoportuna, American Beauty carente de rosas, tiende su mano, que agarro como si llevara dos semanas sin escribir, me levanta suave hacia su bóveda, destapándome, enfriándome, durmiéndome.
Cuando por fin levito fuera de la cama, mi numen me deja caer y yo despierto en una de esas calles mexicanas que tienen nombres de personajes revolucionarios, con apellido. La mano que mi deidad soltó ahora agarra una botella de tequila dorado medio vacía (las botellas de alcohol empezadas están todas medio vacías), tengo el ritmo de cien rancheras en la cabeza, la certeza de llevar más de dos semanas bebiendo y aún estoy en pijama. Por el smog que flota en el aire intuyo que la tarde está a punto de rendirse, me levanto y camino sin rumbo, por la acera Porfirio Díaz, acabando el último trago de la botella, para luego es tarde. 
Por el bacheado asfalto circulan coches abollados, con la pintura desgastada, yo camino por una acera cada vez más pequeña, hasta que se detiene a mi lado un autobús amarillo, sucio, destartalado, la puerta se abre con un chirrido de película, subo como polizón escondido en la bodega de un barco pirata, el conductor no me dice nada sobre el pago del viaje, o sobre a donde vamos, ni siquiera me mira. Me quedo de pie en el pasillo, con pasos de borracho al emprender la marcha. El vehículo está lleno de gente desafortunada y silenciosa, caras cansadas, imagino que regresan a casa después de un día de trabajo, nadie me ve, nadie se percata de mi presencia. Observo más allá de los cristales mientras doy tumbos adelante y atrás, casas pequeñas y trozos de tierra abandonados llenan los flancos de un paisaje amargamente dispar, de frente se extienden edificios altos, con espejos en la fachada donde se despide la última luz del día. Ahora, a mi derecha, en una tierra desahuciada, se ve un caballo con un hombre (debería ser "un hombre con un caballo" pero en mi literatura los animales van primero), el rocín está escuálido, no sostiene banderas ni armaduras, parece hambriento. El hombre está viejo, camina a su lado, viste poncho y sombrero de paja, parece sediento. Se mueven despacio, los dejamos atrás.  
Al poco, el autobús estaciona en una parada desierta, las puertas se abren pero ninguna persona deja su asiento, siguen a lo suyo, ensimismados con sus teléfonos o tablets, ni miran por la ventana. Lo mejor será bajar a la orilla. Detrás de mí la puerta se cierra y el autobús sigue su camino. Amarillo, sucio, destartalado. 
Dos cuadras más allá me encuentro con la plaza de la Constitución, es una fantasía. Una abierta, una escandalosa fantasía por donde la gente pasea con lentitud. Algunos hacen corrillos, sentados por doquier, para hablar del día, de cultura. Una mujer se sienta en la acera, un joven con granos recita, de rodillas, versos inanes, inanes porque la chica a la que intenta seducir o engañar no hace ni caso. Me acerco para escuchar los últimos versos. 

Y si mi encomio no resulta
márchate con otro si quieres,
rabia y olvido será la multa 
que pagarán mejores mujeres. 

Foto realizada por Marcos Cifo


La chica se larga, no sé si con otro, dejando al poeta arrodillado en medio de la plaza. Supongo que la onírica realidad es más dura de lo que uno sueña con escribir. 
La noche se apodera de la ciudad y la luz de algunas farolas titilea. Yo camino en pijama por la nocturnidad de las letras de José Alfredo, me confundo entre mariachis que tocan alegres sus corridos, entre la parranda y el alcohol, entre el Yo debí enamorarme de tu madre. 
Mientras maldigo la cirrosis y pienso en esos cuarentones que se enamoran de quinceañeras, llego a un hotel museo propio de esta ciudad. El recepcionista (diría conserje, pero eso es más propio de hoteles sin nombre ni estrellas, que sirven de refugio a los casados y sus amantes de ocasión) no se fija en mí, como toda la ciudad, sigo siendo un fantasma que ha cambiado las cadenas por un pijama. Dejando la admisión a un lado encuentro gente leyendo periódicos en lo que hoy llaman lobby, una sala de cine y una barbería antigua traída de otra época. 

Foto realizada por Marcos Cifo


Me siento en la poltrona del peluquero y no veo a nadie al otro lado del espejo, debería encontrar mi cara de renegado y mi pijama cobrizo, pero el vidrio tribal que tengo enfrente no refleja mi figura. Puede que sea un vampiro, o un gato que no ve su imagen en los espejos. Asustado vuelvo sobre mis pasos para salir del tenebroso hotel, esperaré al amanecer para comprobar si de verdad me he convertido en un vampiro, cuando escucho a mis espaldas el canto de una mujer. Mi curiosidad, ahora me inclino más por lo de gato, hace que corra la pesada cortina que esconde el bar del hotel donde canta la sirena. 
Tinieblas, ardor y Ella. La musa que me sacó de la cama ahora canta bolero ante cinco oyentes, sentados, cada uno en una mesa. Atravieso entre los parroquianos, que por supuesto no se percatan de mi presencia, para sentarme en la mesa más cercana al proscenio. Y ella me mira. 

Foto realizada por Marcos Cifo


Cuando mis ojos se adaptan a la reinante oscuridad, veo en las paredes teléfonos de todas clases y épocas, hechos algunos de bakelita, otros de cobre, con cables trenzados, de monedas, y en medio del pub una roja cabina londinense. 
Mi deidad canta para mí "Te traje hasta aquí, para ofrecerte inspiración. Acuérdate de mí, cuando escribas esta canción." 
Es menuda y tiene cara de dar sólo una oportunidad. Esas son las musas que me gustan, las que dan una sola oportunidad, porque ¿Para qué más? Los verdaderos artistas saben aprovechar la coyuntura. Seguro de haber rendido la mía me acomodo en la silla, disfrutando del ornamento telefónico, de un bolero mentiroso, cada vez más sensual, de la poca luz. 
El escaso público aplaude, la canción acabó, Ella agradece mientras saca de su bolso un cigarro y una de esas cajas de cerillas que siempre dejan los asesinos en la escena del crimen. Baja del escenario, se apoya en mi mesa provocando que las miradas de los feligreses se centren en su culo, prende la cerilla. Nuestras caras se iluminan, yo estoy entre sus ojos y su escote, Ella baja la mirada mientras acerca el fuego a la punta del cigarrillo, sus mejillas se hunden en una calada profunda. Sube la vista y mueve la cerilla en el aire, haciendo eses de humo que ascienden hacia el cielo, de donde Ella, algún día, cayó. Sin decir nada coloca su cigarro en mi boca y vuelve al escenario. Yo retengo el humo en mis pulmones. Una vez arriba me dice - Cógelo, es para ti -, entonces escucho un sonido familiar, rabioso, un teléfono en la pared se estremece al ritmo de un soniquete que cada vez me gusta menos. Nadie parece oír nada, sólo la cantante que se prepara para otra canción. Molesto me levanto hacia el teléfono, es antiguo y hay que arrastrar una rueda numérica para marcar, el ruido es cada vez más familiar, más descabellado. Miro atrás, Ella guiña pero no dice nada, los primeros compases de un nuevo bolero suenan lejanos y yo descuelgo la bocina. 


Foto realizada por Marcos Cifo.

Abro los ojos, el ruido se hace más insoportable, claro que me era familiar, sale de mi mesilla todas las mañanas a eso de las nueve. Maldito despertador, te odio por sacarme de casi todos mis sueños. Lo apago y no quiero que repita más, ¡qué manía tienen estos aparatos con sonar cada diez minutos! El sol se filtra por la persiana diagnosticándome mortalidad aguda que no soy un murciélago, el sueño no me ha convertido en murciélago. Sabi ya está despierta, la oigo en la habitación de al lado incordiando a las palomas desde la ventana. La boca me sabe a tabaco. Abro la ventana y voy a la cocina para preparar el desayuno, mi gata me persigue a saltos por el pasillo, es su forma de darme los buenos días, ya se ha cansado de asustar a los pájaros del tejado. - !Buenos días preciosa! ¿Sabes? Hoy soñé con México. Déjame que te cuente. 

PD: Toda la culpa de que el lector haya soportado el relato más extenso del blog hasta la fecha la tiene mi tocayo y amigo Marcos Cifo, sus fotos son demasiado inspiradoras, no pude evitar escribir unas palabras a los lugares que tan bien retrata, en este caso México. Lugares a los que deberíamos acudir con más frecuencia. Pueden encontrar más en   http://www.marcoscifo.weebly.com
Disfruten.

     Marcos H. Herrero.

Comentarios

  1. Continúa con la inspiración, Marcos, ya que tu trabajo es incesable. Ya lo dijo Picasso. Gracias.

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    1. Que continúe la inspiración. Gracias por tus fotos, espero muchas más. No olvides que me debes una parranda. Un abrazo.

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  2. ¡Soberbio vuelo nocturno! Qué maravilla, Marcos. Todo lo que escribes es especial (no creo que todo el mérito sea de esa musa) y siempre sabe a poco. Muchas gracias por llevarme a otros espacios; he disfrutado muchísimo de cada etapa del viaje (con música de fondo de nuestro admirado Bunbury)
    Un fuerte abrazo y feliz semana.
    PD: He visitado el blog de Marcos Cifo y es un pedazo de artista. Me ha encantado.

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    1. ¡Cuánto ánimo me dan tus palabras! Gracias por seguir fiel a tu cita, seguiremos volando. Feliz semana Karima. Un abrazo.

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