Verde en el pantalón.





Camino por la calle con mi habitual urgencia, prisas innecesarias que llevan a ningún lado, mirando mis tenis azules, con la cabeza puesta en versos y rimas, o en problemas tan inevitables como la rapidez con la que me desplazo. Alzo la vista para ver los edificios, parece increíble que detrás de esas infinitas ventanas existan vidas ajenas, personajes rutinarios, hogares cada uno ornamentado de una manera distinta. Hasta los balcones intentan parecer disímiles, algunos tienen flores que los embellecen, otros están descuidados y sólo los limpia la lluvia y el viento, tapados otros, con galerías acristaladas que destacan en el edificio y son estupendas para leer en los días de verano, otros sujetan las bicicletas de sus habitantes deportista. Si paseo por el extrarradio veré ropa tendida en los balcones, aunque cuando más me gusta admirar los edificios es de noche, a la hora en que las ambulancias respetan el silencio con sus luces, sin encender la sirena, y las ventanas se encienden y se apagan, mostrando negras siluetas que fuman mientras espían los acontecimientos de una calle vacía. 
Bajo un poco más la vista, ahora atravieso un parque donde no hay niños jugando, no sé porqué, esta primavera desordenada es ideal para ellos, demasiados deberes fatuos o demasiadas consolas ridículas tal vez. Paso al lado de un banco donde una pareja se besa con ternura, hacía mucho tiempo que no veía algo así, ahora los primeros amores no se besan en los parques, juegan a ser mayores en oscuras discotecas, o lo que es peor, en los servicios, aún más oscuros, de las discotecas. Es curioso como algo tan simple puede evocar sentimientos tan devastadores, ver a esa pareja en el parque, con sus requiebros, siendo la envidia de todos los que pasamos por allí e indiferentes a nuestras miradas, me proporcionó una nostalgia venida de un pasado remoto y distinto. Remoto porque como diría Gil de Biedma "Ahora que de casi todo hace ya veinte años" y distinto por lo evidente, nuestro alrededor se ha convertido en un trepidante río que no mueve el molino adecuado, la vida ha ido tan rápido que apenas hemos tenido tiempo para recordar o tomar aliento. Una de las cosas que más ha cambiado es el amor, al ver a esa pareja me di cuenta, antes había más amantes en los parques, se disfrutaba más de las cosas sencillas, recuerdo que apenas existían móviles, los primeros que asomaron eran ladrillos con antenas plegadas que desconcertaban aún más a la gente, teníamos que llamar desde cabinas telefónicas, por lo que sabíamos los números de memoria, y si colgabas sin haber acabado el tiempo se quedaban con tus monedas. Las noticias llegaban con retraso, nadie le sacaba fotos a los platos en los restaurantes para mandárselas a fulanito de tal, la gente se limitaba a comer, a conversar. Los adolescentes buscábamos desesperados el primer amor, no crean que queríamos un amor como los de ahora, destrabado, hedonista, bueno sí, pero eso nunca pasaba, desde que conocías a una chica hasta que llegabas a casa con verde en el pantalón podían pasar meses. Novios y novias fiduciarios. Sin prisas. Los chicos hacíamos corrillos en el recreo para inventarnos formas y posturas, bellos púbicos e historias que nunca pasaron, siempre atentos al compañero repetidor dizque se había acostado con la niña más inaccesible del insti. Cuando me tocó a mí repetir conté la misma historia que mis antecesores, y nada más lejos, jamás me acosté con Sara, por aquél entonces la chica más desarrollada del patio. Pelo escarlata, ojos deletéreos, pero los compañeros me daban la importancia que no merecía, hasta los profesores se creían mis historias, y como nadie le preguntaba a ella por pudor, pues mis mentiras estaban a salvo. ¡Pero por favor! Si cuando Sara miraba hacia atrás en clase y se cruzaba con mis ojos yo era incapaz de sostener la mirada, bajaba la vista al pupitre haciéndome el despistado. Aunque ella hubiera querido hacer realidad todas mis mentiras yo no habría sabido qué hacer. Antes los muchachos éramos inocentes de crímenes que no conocíamos, en cambio ahora son culpables de crímenes que conocen demasiado. Hoy la deificada Sara ejerce la medicina y su belleza infantil se ha esfumado, posiblemente sonría al leer estas líneas. Sí mujer, me gustabas, pero ahora ya no, te queda lejos esa niña inocente que un día fuiste, hace años habría dado todos mis tebeos de Asterix por acompañarte a casa, ahora ya no. 
Así que seguí creciendo, atascado siempre en el mismo curso, con otras mentiras, dándome cuenta que era muy difícil convencer a una chica para que se quedara a solas conmigo en el parque, que rompiera el toque de queda impuesto por sus padres y esperara a que la tarde se convirtiera en noche. ¿Mejor antes que ahora? Cines de verano, rubor por los pasillos entre clase y clase, cafés en bares llamados Gaudí, Alcaraván, besos en portales y parques, menos vértigo, espera. Contra un presente de discotecas, drogas, prisas, faldas sin imaginación, cuernos, teléfonos que graban vídeo... Espero que no caigan en eso la pareja que ya queda a mis espaldas, ojalá la noche los proteja en algún portal. 
Quizás esto haya sido una hipérbole del pasado, quizá era demasiado feo y las chicas no querían hacer conmigo lo que hacen ahora, quizá sea una venganza por todo eso, pero no cambiaría nada. Mientras sigo caminando (maldita prisa) pienso en todo aquello, mis primeros amores, tengo que hacer un poema sobre ellos, pero.. ¿Qué digo? Si ya lo hice, es el poema de abajo, ese que tiene una pareja que está sacada de una película sublime. Pinchen y lean, descubrirán que los amores pasados son mejores que los desamores del presente. 


     Marcos H. Herrero. 

Comentarios

  1. Marcos, que razón tienes al decir que todo era antes mucho más sencillo. Antes, a las parejas, nos bastaba con mirarnos a los ojos, ahora solo se miran a través del móvil. Gracias por transportarnos con tus palabras a otras épocas que parecen ya remotas. Sigue así, me encanta tu blog y tus escritos, poemas o relatos. Un abrazo.

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  2. Ante todo muchas gracias por la ración doble que nos ofreces, Marcos.
    Suscribo cada una de tus palabras y tu escrito me ha transportado a un pasado que no he dejado de añorar. Como tú, no cambiaría nada de lo vivido. Este nuevo orden no es para mí y sigo siendo una inadaptada, pero mejor así. Éstos son tiempos ridículos, como diría Javier Marías.
    Eres muy grande, Marcos.
    Un fuerte abrazo.

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