Derrota




Nunca he ganado nada en mi vida, siempre me gustó perder, no es que no me guste ganar, por supuesto que me gusta, pero nada conduce tanto al fracaso como el éxito, y encuentro más versos en la derrota que en la victoria. La poesía nace del rencor, del fracaso, de la venganza, la poesía vive sumergida en esas personas a las que abandonó un desdichado amante, que tienen que volver a casa y dejar de esperar bajo la lluvia. La poesía está en los suspensos del niño más inteligente de la clase, no en los sobresalientes del más tonto, se acuesta en el olor de las sábanas de una puta, delira con esos borrachos que encuentran papeles en la mesa del bar, apaga su cigarro mientras espera en la cola del paro, roba y miente, es un me basta con saber que sigues viva, profana tumbas en cementerios llenos de cuervos. La poesía no habita en el efímero éxito del guaperas de la clase, ni en los profesores que le regalan los dieces, no está en la supuesta victoria del dinero, sino en la calderilla de los pobres, no es una escalera de color, vale más un perdedor que cien ganadores, porque el perdedor se tiene que levantar una y otra vez, en cambio los ganadores no tienen que hacer nada puesto que ya han ganado, parafraseando a Benedetti: "Hay una cierta dignidad que el vencedor nunca podrá conocer".


Hace poco fue el día mundial de las librerías y caí en una trampa, hubo fiesta, descuentos y varias de ellas organizaron un concurso de relatos, el tema era, por supuesto, las librerías. Alentado por brujas sinforosas que creen más en mí que yo mismo, escribí en una de mis noches un relato para presentar al concurso. No quiero acordarme en demasía de lo que conté o intenté contar, sólo sé que hablaba sobre esos piratas con pluma y bombín, que escribían tesoros para después enterrarlos en alguna isla desierta llamada librería, ah, y que la tarde entraba por la ventana. En fin, quedé finalista, tuve que acudir a una sala llena de gente para escuchar el fallo del jurado, el otro finalista era un señor con barba gris y marcado acento catalán, no sonrió ni cuando un desconcertado vocal le nombró vencedor, yo levanté la vista y entre los aplausos le dediqué mi mejor sonrisa, entonces los dos supimos quien había ganado. Me dieron una compensación económica que gasté en libros y líquidos, por aquello de celebrar tan ansiada derrota, también pedí una copia del relato ganador que leí y olvidé en la mesa de un bar, es lo que tiene el alcohol, te hace olvidar la mala literatura, por eso bebo tanto, pobres los parroquianos que encuentren tan mala sintaxis, espero por el bien de todos que tiren a la basura esa letra delicuescente. Así que volví a casa como cada noche, esquivando farolas bailarinas, como aquellos románticos y olvidados serenos, dueños de los murmullos de la noche, que acompañaban a beodos de otro siglo hasta sus casas y tenían las llaves de todos los portales de la ciudad, un día escribiré un relato sobre la niebla que acompañaba a los serenos, tal vez lo presente a algún concurso.



Perdonen la disertación pero afuera hace mucho frío y tenía que vengarme de todas las victorias que vinieron disfrazadas de derrota, de todas las derrotas que nos esperan travestidas de victoria.



Marcos H. Herrero

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