De ladrones y otras bestias.







Demagogos, agiotistas, crápulas, estultos, hijos de puta, farsantes, lameculos, coprófagos, rastreros, embusteros, corruptos, depravados, mamarrachos, rufianes, malvados, feos, mafiosos, alimañas, sandios, infamantes, zopilotes, hipócritas, especuladores, réprobos, bellacos, gazmoños, malos. Así son todos los políticos, empresarios, ministros, secretarios, tesoreros, consejeros, sindicalistas, administradores, banqueros, condes, duques y demás regüeldos sociales que han robado dinero público, que se están enriqueciendo con el sudor de los pobres, que no devuelven todo lo que han chupado de la teta del estado. Desde aquí insto a todos los tristes jueces a que condenen a estos ladrones a ser humillados en una plaza pública para que los mortales podamos escupir en sus finos trajes.

Aquí nadie tiene las manos limpias, nadie devuelve lo afanado, todos los días se me revuelve la comida al ver el telediario, aunque ya casi ni miro para la televisión puesto que veo las noticias al lado de mi abuelito y toda mi atención la mantengo en él.  Son muy curiosas todas sus reacciones ante el baile de mentecatos que exhiben los telediarios, a él le parece imposible todo lo que sale del negro aparato, maldice, insulta, desacuerda, yo de vez en cuando le pregunto cualquier cosa: Abuelo, a usted, ¿qué le parece tal o cual personaje? Y empieza a contrariar en una diatriba divina, y yo sonrío. Ojalá aprendiéramos de los niños, de la gente mayor. Total que acabamos apagando la tele y mientras recojo la mesa, él me habla de tiempos remotos donde no existía internet y eran pocos los ladrones, entonces, el desconcertado soy yo y escucho y friego y mi imaginación vuela a una casa antediluviana donde una madre y su hija conversan al lado de la lumbre. Yo no sé si aquella época era mejor que ésta, pero sí dura y distinta, tal vez feliz, pero sólo porque necesitaban menos de todo que nosotros. Ahora es muy difícil sobrevivir, tomamos el té de espaldas, las vidas se vuelven competencia y paro, celos y escarnios, dolor y mercromina. Ni en agónicas postrimerías nos damos cuenta de que el enfado es un invento que no vale para nada, que tenemos que ser más funambulistas, más volatineros, más payasos; menos ladrones. Pero el malvado diario ya no habla de granujas, he pasado página para encontrarme con espías, sí sí, espías, espías que roban documentos top secret, que pinchan teléfonos, que se refugian en países rebosantes de inmunidad, que colocan micros en las solapas de los trajes y toman decadentes martinis agitados. ¿Será esto verdad? ¿Y si alguien me está espiando ahora mientras escribo? Me levanto de la silla, dejo una frase a medias y miro cauteloso por la ventana, la fría noche envuelve perros callejeros, no pasa nadie por la calle, la gente duerme o hace el amor en sus casas, en la acera de enfrente está aparcada una furgoneta, me entra el pánico, se enciende mi neurastenia, ¿refugiará esa furgoneta a dos agentes de sexualidad clasificada y reprimida? ¿Tendré el teléfono pinchado? O lo que es peor ¿lo tendrá mi abuelo? ¡Que va! Si mi abuelo tuviera el teléfono pinchado ya estaríamos entre rejas, cada vez que le llama su mejor amigo despotrican ambos de todo, ponen a parir al poder y eso no hay gobierno que lo aguante, dos viejitos platicando contra los farsantes, se enteran los de arriba y nos ponen a dormir con pijama naranja en Guantánamo, ellos por calumniadores y yo por cómplice. Continúo en la ventana, los nervios van calmándose, miro el cielo estrellado, ¿será esa lucecita lejana Mercurio, dios de los ladrones? ¡Qué buenos los antiguos griegos! Tenían dioses hasta para los simples descuideros, claro que no comparen los manilargos de antaño con los de ahora, antes los protegía Hermes, ahora se mueven en bancos, gobiernos y partidos políticos.

Sigo disertando con letra enfebrecida, el frío permanece en las calles, amanece en blanco, las musas no traen un mal verso que dejar en la estafeta, bufandas y abrigos asfixian. La furgoneta se ha ido, alguien me mira desde la acera, será un ladrón que no tiene a quien robar, o un espía al que se le han roto los prismáticos. Bajo la persiana, mañana todo habrá sido un mal sueño, todo menos este insoportable frío.


Marcos H. Herrero

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